Me interné en los bosques porque quería vivir intensamente; quería ‘sacarle el jugo’ a la vida. Desterrar todo lo que no fuese vida, para así, no descubrir en el instante de mi muerte que no había vivido.
Henry David Thoreau
Imagina una palabra, e imagina un millón. Flotan, y vuelan... Imagina una sensación, mientras sueñas, mientras lees. "Quien nunca haya llorado abierta o disimuladamente lágrimas amargas, porque una historia maravillosa acaba y había que decir adiós a personajes con los que había corrido tantas aventuras, a los que quería y admiraba,`por los que había temido y rezado, y sin cuya compañía la vida le parecería vacía y sin sentido..."
Me interné en los bosques porque quería vivir intensamente; quería ‘sacarle el jugo’ a la vida. Desterrar todo lo que no fuese vida, para así, no descubrir en el instante de mi muerte que no había vivido.
Las últimas palabras de María Francisca fueron para sus hijos.
Ninguno de los que rodeaba la cama de la enferma conocía
la existencia de aquellos niños, pero, para sorpresa
de todos, María Francisca no dejaba de repetir.
—¡Mis hijos! ¡Mis hijos!
Murió como siempre había vivido, bajo la mirada atenta
de Mariana, su madre, tratando de evadirse de la presión de
su mano y sabiendo que la defraudaba una vez más, como
tantas otras a lo largo de su vida, con aquella muerte que
dejaba el marquesado de Sotoñal sin heredero legítimo,
una cadena que la amordazaba desde que abrió los ojos en
Filipinas hacía veintinueve años, cuando el archipiélago
aún pertenecía a la Corona de España.
Sobre la puerta de cedro de su habitación, oscura y fría
como todos los muebles que la rodeaban, colgaba una sobrepuerta
de madera semicircular con el dibujo de un ángel
que sujetaba dos pilas de libros, una con cada mano.
Los brazos ligeramente arqueados hacia delante, el cuerpo
erguido y las alas extendidas a su espalda, como abanicos
de seda. Delante de él, una bola de cristal donde se reflejaba
el lomo de un libro que se encontraba separado del resto,
colocado horizontalmente sobre el suelo. El único que
no rozaba las alas del ángel.
María Francisca miró la sobrepuerta y luego a su tía
Munda, quien se inclinó hacia su boca después de que ella
le indicara con un gesto que quería hablarle.
—¡Tienes que encontrarlos! ¡Diles que yo les quería!
¡Mis hijos! ¡Mis hijos!
Unos segundos después, la joven expulsó el poco aire
que le quedaba en los pulmones y dejó la mirada clavada
en el ángel del cuadro de madera.
Munda miró a su hermana mayor en busca de una explicación,
pero Mariana permanecía impasible, sujetando
la mano de su hija como si aún pudiera controlarla. Hacía
tres meses que la tuberculosis se había cebado en ella hasta
consumirla. La misma enfermedad que se había llevado a
su madre y a su padre. Una maldición que parecía haber
heredado la familia junto con el título que tanto le había
importado siempre a Mariana.
La marquesa le devolvió la mirada a Munda sin cambiar
el gesto. Ni una sola lágrima que nublara sus ojos azules, ni
un quejido por la muerte de su hija, ni un parpadeo. A
Munda no le extrañó aquella actitud, la había visto con demasiada
frecuencia. Mariana no lloraba. La última vez que
la había visto llorar fue ante el cadáver de su madre, aquel
cuerpo reducido y triste que nunca aceptó que el puesto
que había ocupado junto a su esposo no estuviera destinado
sólo a ella, sino a una cohorte de amantes con la que
debía compartirlo casi todo, excepto el título que la había
convertido en «la señora marquesa». No lloró cuando murió
su hijo, al poco tiempo de nacer en Manila, en brazos
de su nodriza tagala, asfixiado por un alfiler de plata que la
propia Mariana le había prendido en los volantes de la blusa;
estaba grabado con el escudo del marquesado, como todos
los objetos que pertenecían a la casa de Sotoñal. Tampoco
cuando murió su padre en el barco en que la familia
regresó de Manila en 1896, dos años antes de que los filipinos
se arrojaran en brazos de los estadounidenses creyen9
do que los ayudarían a ganar la independencia, sin saber
que éstos tratarían de eliminar todo vestigio español o indígena
que encontraran a su paso. Ni siquiera se le escapó
una lágrima cuando, a las pocas semanas de llegar a Toledo,
recibió la noticia de que su marido había muerto en
ultramar, junto con la mayoría de los soldados que capitaneaba
en contra de los insurrectos.
No. Mariana Camp de la Cruz no lloraba. No sabía y,
aunque hubiera sabido, su linaje no se lo habría permitido.
La nobleza no puede mostrar sus sentimientos, sería como
rebajarse hasta lo más primitivo, equipararse a la vulgaridad
de los que no tienen la obligación de defender un apellido,
una casta, un privilegio que lleva aparejadas algunas servidumbres.
Y controlar el llanto se encontraba entre ellas.
Munda era diferente. Había huido de toda esa hipocresía
hacía mucho tiempo. No soportaba las rigideces de un
protocolo que no escondía más que desigualdades e injusticia.
Desde que llegaron a Toledo procedentes de Manila,
hacía veintiséis años, sólo pensaba en escapar. La asfixiaban
los ojos vigilantes de su hermana. Su forma de querer
controlar cuanto sucedía a su alrededor, no sólo en la casa
familiar, sino también en aquella ciudad en la que la jerarquía
eclesiástica compartía la abundancia de las mesas de
quienes les negaban el pan y la sal a los que no tenían nada.
Su hermana pequeña, Alejandra, lloraba abrazada a su
sobrina y le dirigió a Mariana la pregunta que la propia
Munda no dejaba de hacerse.
—¿Qué ha querido decir?
Mariana se adelantó a cualquier conjetura antes de que
nadie se atreviera a sugerirla.
—Tenía muchísima fiebre. Estaba delirando.
Pero Munda no la creyó. Nadie que hubiera escuchado
la angustia de María Francisca la habría interpretado así.
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—No se delira de ese modo ante la muerte. ¿Qué trataba
de decir? ¿De qué hijos hablaba?
—¿Qué iba a querer decir? ¡Pobrecita! Había perdido
la cabeza.
Lo dijo como si hablase de una desconocida. «¡Pobrecita!
» Sin asomo del menor sentimiento. «¿Qué iba a querer
decir?» Su hija acababa de morir. Todos los que habían
presenciado su muerte habían sentido el mismo estremecimiento.
«¡Mis hijos! ¡Mis hijos!» Sólo había perdido la
cabeza. «¡Tienes que encontrarlos!» Munda miraba a Mariana
sin entenderla. Resultaba incomprensible que no se
extrañase de las palabras de María Francisca. «¡Diles que yo
les quería!»
¡Pobre Xisca! Siempre supeditada a los deseos de su
madre, siempre callada, como si necesitase el permiso materno
para atreverse a respirar. Desde niña vivió oculta en
un caparazón que acabó por asfixiarla, una costra de silencio
que aumentaba en capas superpuestas a medida que
ella crecía, cada año una capa más, como los troncos de los
árboles. Inmóvil, incapaz de rebelarse contra un destino
que la ataba a sus raíces y tiraba de ella hacia el centro de la
Tierra. Enterrada en aquel caserón cuyos dormitorios Mariana
se había empeñado en mantener idénticos a los que
habían dejado en Manila en un intento absurdo de conservar
el pasado a través de las cosas, con esa obstinación por
acomodarse en el tiempo para negarle su capacidad de
avanzar. Los mismos muebles, las mismas lámparas, las mismas
cortinas pasadas de moda que su madre había llevado
de un extremo al otro del mundo.
Junto al cabecero de la cama de María Francisca, se encontraba
su confesor, don Ramón, un sacerdote enjuto,
alto y desgarbado, mucho más avejentado de lo que le correspondería
por su edad. Probablemente rondara los cincuenta
años, los mismos que pronto cumpliría Mariana.
Momentos antes de que muriera, el sacerdote había ungido
con los óleos los cinco sentidos de la enferma, mientras
todos los presentes entonaban el Mea culpa.
—Yo confieso ante Dios todopoderoso y ante vosotros,
hermanos, que he pecado mucho de pensamiento, palabra,
obra y omisión.
Xisca había rezado con ellos en silencio, afirmando con
la cabeza y dándose golpes de contrición en el pecho.
—Por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa.
Y a cada golpe de arrepentimiento lo acompañaba una
lágrima que todos habían interpretado como de tristeza
por la despedida hasta que mencionó por primera vez a sus
hijos.
A Munda le pareció que el sacerdote aprovechaba ese
momento para dibujarle una cruz en la boca con sus ungüentos.
Xisca le miró entonces como si los secretos del
confesionario no fueran los únicos que compartiera con él,
y volvió a repetir: «¡Mis hijos, mis hijos!» Pero el sacerdote
continuó con la unción como si no la hubiera oído
Este caminoMatsuo Bashoo. Traducción de Octavio Paz (en colaboración con Eikichi Hayashiya).
ya nadie lo recorre
salvo el crepúsculo.
"He aquí que el silencio fue integrado
por el total de la palabra humana,
y no hablar es morir entre los seres:
se hace lenguaje hasta la cabellera,
habla la boca sin mover los labios,
los ojos de repente son palabras...
...Yo tomo la palabra y la recorro
como si fuera sólo forma humana,
me embelesan sus líneas
y navego en cada resonancia del idioma..."
..La poesía es como el viento,
o como el fuego, o como el mar.
Hace vibrar árboles, ropas,
abrasa espigas, hojas secas,
acuna en su oleaje
los objetos que duermen en la playa..."
" Prudencia, hija, deberías haber aprovechado y hablar con el representante, ya ves cómo los hombres no son todos iguales, como dices tú. Contarle tus penas. Porque de mí estás un poco cansada, y yo de ti, Prudencia. Por eso esta mañana, cuando me dijiste que tú también ibas a morirte me entró alivio por dentro y no te pregunté de qué. "
“Aunque pudiera luchar contra un ataque de depresión, ¿en nombre de qué vitalidad me ensañaría con una obsesión que me pertenece, que me precede? Encontrándome bien, escojo el camino que me place; una vez “tocado”, ya no soy yo quien decide: es mi mal. Para los obsesos no existe opción alguna: su obsesión ha elegido ya por ellos. Uno se escoge cuando dispone de virtualidades indiferentes; pero la nitidez de un mal es superior a la diversidad de caminos a elegir. Preguntarse si se es libre o no: bagatela a los ojos de un espíritu a quien arrastran las calorías de sus delirios. Para él, ensalzar la libertad es dar pruebas de una salud indecente.¿La libertad? Sofisma de la gente sana.Si apenas he obtenido ideas de la tristeza, es porque la he amado demasiado para empobrecerla ejercitándome en ella.Somos todos unos farsantes. Sobrevivimos a nuestros problemas.Sufrimos: el mundo exterior comienza a existir…; sufrimos demasiado: desaparece. El dolor lo suscita únicamente para desenmascarar su irrealidad.Cuanto más difuso sea el objeto de una pasión, mejor ella nos destruye; la mía fue el Hastío: sucumbí a su imprecisión”.
"En este ocaso somos aún antorchas, luz que sobresale en el horizonte. Y, mientras esta muralla resista, seremos custodios de la Palabra divina.
-Así sea –dijo Guillermo con tono devoto–. Pero, ¿qué tiene que ver eso con la prohibición de visitar la biblioteca?
-Mirad, fray Guillermo –dijo el Abad–, para poder realizar la inmensa y santa obra que atesoran aquellos muros –y señaló hacia la mole del edificio, que en parte se divisaba por la ventana de la celda, más alta incluso que la iglesia abacial– hombres devotos han trabajado durante siglos, observando unas reglas de hierro. La biblioteca se construyó según un plano que ha permanecido oculto durante siglos, y que ninguno de los monjes está llamado a conocer. Sólo poseé ese secreto el bibliotecario, que lo ha recibido del bibliotecario anterior, y que, a su vez, lo transmitirá a su ayudante, con suficiente antelación como para que la muerte no lo sorprenda y la comunidad no se vea privada de ese saber. Y los labios de ambos están sellados por el juramento de no divulgarlo. Sólo el bibliotecario, además de saber, está autorizado a moverse por el laberinto de los libros, sólo él sabe dónde encontrarlos y dónde guardarlos, sólo él es responsable de su conservación. Los otros monjes trabajan en el scriptorium y pueden conocer la lista de los volúmenes que contiene la biblioteca. Pero una lista de títulos no suele decir demasiado: sólo el bibliotecario sabe, por la colocación del volumen, por su grado de inaccesibilidad, qué tipo de secretos, de verdades o de mentiras encierra cada libro. Sólo él decide cómo, cuándo, y si conviene, suministrarlo al monje que lo solicita, a veces no sin antes haber consultado conmigo. Porque no todas las verdades son para todos los oídos, ni todas las mentiras pueden ser reconocidas como tales por cualquier alma piadosa, y, por último, los monjes están en el scriptorium para realizar una tarea determinada, que requiere la lectura de ciertos libros y no de otros, y no para satisfacer la necia curiosidad que puedan sentir, ya sea por flaqueza de sus mentes, por soberbia o por sugestión diabólica."
"¿Qué es la muerte? La muerte es el reposo, cobarde, eterno, aborrecible... ¡Sea! Serenos aguardémosla. Apuremos la vida de la vida, y después venga fiebre traidora o descubierto acero implacable a romper su débil hebra. Cobardes otros, de vejez avaros, revuélquense en el lecho que envenena dolencia inmunda, y el impuro ambiente con flaco pecho aspiren y fallezcan luchando con la muerte.
¡Oh, no a nosotros fúnebre lecho de agonía lenta, ¡césped fresco es mejor! Y mientras su alma sollozo tras sollozo tarda quiebra los nudos de la vida, de un impulso sus ligaduras rompe y se liberta osado nuestro espíritu. Sus restos del blanco mármol de su tumba estrecha, grabado por el mismo que su muerte hipócrita anhelaba, se envanezcan. Cuando sepulte el mar nuestro cadáver le bastará una lágrima sincera, ¡una lágrima sola! Henchido el vaso del alegre festín en la ancha mesa honra de nuestros bravos la memoria.
"-Cada uno da lo que tiene. El guerrero da fuerza; el comerciante, mercancía; el profesor, enseñanza; el campesino, arroz; el pescador, peces.
-Muy bien. ¿Y qué es, pues, lo que tú puedes dar? ¿Qué es lo que has aprendido? ¿Qué sabes hacer?
-Sé pensar. Esperar. Ayunar.
-¿Y eso es todo?
-¡Creo que es todo!
-¿Y para qué sirve? Por ejemplo, el ayuno... ¿Para qué vale?
-Es muy útil, señor. Cuando una persona no tiene nada que comer, lo más inteligente será que ayune. Si, por ejemplo, Siddharta no hubiera aprendido a ayunar, hoy mismo tendría que aceptar cualquier empleo, sea en tu casa o en cualquier otro lugar, pues el hambre le obligaría. Sin embargo, Siddharta puede esperar tranquilamente, desconoce la impaciencia, la miseria; puede contener el asedio del hambre durante mucho tiempo y, además, puede echarse a reír. Para eso sirve el ayuno, señor. "
" Me seducen las distancias lejanas, el inmenso vacío que proyecto sobre el mundo. Crece en mí una sensación de vaciedad; se infiltra en mi cuerpo como un fluido ligero e impalpable. En su avance, como una dilación hasta el infinito, siento la presencia misteriosa de los sentimientos más contradictorios que ha acogido jamás el alma humana. Soy feliz e infeliz a la vez. Estoy exaltado y deprimido, desbordado por el placer y la desesperación en la más contradictoria de las armonías. Estoy tan alegre y tan triste que en mis lágrimas se reflejan el cielo y la tierra al mismo tiempo. Aunque sea solamente por la alegría de mi tristeza, querría que no hubiera más muerte en esta Tierra. "
Capítulo II
Portada de la novela de Luis Sepúlveda El alcalde, único funcionario, máxima autoridad y representante de un poder demasiado lejano como para provocar temor, era un individuo obeso que sudaba sin descanso.
Decían los lugareños que la sudadera le empezó apenas pisó tierra luego de desembarcar del Sucre, y desde entonces no dejó de estrujar pañuelos, ganándose el apodo de la Babosa.
Murmuraban también que antes de llegar a El Idilio estuvo asignado en alguna ciudad grande de la sierra, y que a causa de un desfalco lo enviaron a ese rincón perdido del oriente como castigo. Sudaba, y su otra ocupación consistía en administrar la provisión de cerveza. Estiraba las botellas bebiendo sentado en su despacho, a tragos cortos, pues sabía que una vez terminada la provisión la realidad se tornaría más desesperante.
Cuando la suerte estaba de su parte, podía ocurrir que la sequía se viera recompensada con la visita de un gringo bien provisto de whisky. El alcalde no bebía aguardiente como los demás lugareños. Aseguraba que el Frontera le provocaba pesadillas y vivía acosado por el fantasma de la locura. Desde alguna fecha imprecisa vivía con una indígena a la que golpeaba salvajemente acusándola de haberle embrujado, y todos esperaban que la mujer lo asesinara. Se hacían incluso apuestas al respecto.
Desde el momento de su arribo, siete años atrás, se hizo odiar por todos. Llegó con la manía de cobrar impuestos por razones incomprensibles. Pretendió vender permisos de pesca y caza en un territorio ingobernable.
Quiso cobrar derecho de usufructo a los recolectores de leña que juntaban madera húmeda en una selva más antigua que todos los Estados, y en un arresto de celo cívico mandó construir una choza de cañas para encerrar a los borrachos que se negaban a pagar las multas por alteración del orden público.
Su paso provocaba miradas despectivas, y su sudor abonaba el odio de los lugareños. El anterior dignatario, en cambio, sí fue un hombre querido. Vivir y dejar vivir era su lema. A él le debían las llegadas del barco y las visitas del correo y del dentista, pero duró poco en el cargo.
Cierta tarde mantuvo un altercado con unos buscadores de oro, y a los dos días lo encontraron con la cabeza abierta a machetazos y medio devorado por las hormigas.
No soy nada, lo sé; pero completo mi nada con un poco de todo
" La verdad, lo real, el universo, la vida - como queráis llamarlo - se quiebra en facetas innumerables, en vertientes sin cuento, cada una de las cuales da hacia un individuo. Si éste ha sabido ser fiel a su punto de vista, si ha resistido a la eterna seducción de cambiar su retina por otra imaginaria, lo que ve será un aspecto real del mundo. Y viceversa: cada hombre tiene una misión de verdad. Donde está mi pupila no está otra; lo que de la realidad ve mi pupila no lo ve otra. Somos insustituibles, somos necesarios. Dentro de la humanidad cada raza, dentro de cada raza cada individuo es un órgano de percepción distinto de todos los demás y como un tentáculo que llega a trozos de universo para los otros inasequibles. La realidad, pues, se ofrece en perspectivas individuales. Lo que para uno está en último plano, se halla para otro en primer término. El paisaje ordena sus tamaños y sus distancias de acuerdo con nuestra retina, y nuestro corazón reparte los acentos. La perspectiva visual y la intelectual se complican con la perspectiva de la valoración. "
" Mientras iba así hablando consigo mismo cruzó con Eugenia sin advertir siquiera el resplandor de sus ojos. La niebla espiritual era demasiado densa. Pero Eugenia, por su parte, sí se fijó en él, diciéndose: "¿Quién será este joven?, ¡no tiene mal porte y parece bien acomodado!" Y es que, sin darse clara cuenta de ello, adivinó a uno que por la mañana la había seguido. Las mujeres saben siempre cuándo se las mira, aun sin verlas, y cuándo se las ve sin mirarlas.
Y siguieron los dos, Augusto y Eugenia, en direcciones contrarias, cortando con sus almas la enmarañada telaraña espiritual de la calle. Porque la calle forma un tejido en que se entrecruzan miradas de deseo, de envidia, de desdén, de compasión, de amor, de odio, viejas palabras cuyo espíritu quedó cristalizado, pensamientos, anhelos, toda una tela misteriosa que envuelve las almas de los que pasan.
(...)
El amor precede al conocimiento, y este mata a aquel. Nihil volitum quin praecognitum, me enseñó el padre Zaramillo, pero yo he llegado a la conclusión contraria y es que nihil cognitum quin praevolitum. Conocer es perdonar, dicen. No, perdonar es conocer. Primero el amor, el conocimiento después. Pero ¿cómo no vi que me daba mate al descubierto? Y para amar algo, ¿qué basta? ¡Vislumbrarlo! El vislumbre; he aquí la intuición amorosa, el vislumbre en la niebla. Luego viene el precisarse, la visión perfecta, el resolverse la niebla en gotas de agua o en granizo, o en nieve, o en piedra. La ciencia es una pedrea. ¡No, no, niebla, niebla! ¡Quién fuera águila para pasearse por los senos de las nubes! Y ver al sol a través de ellas, como lumbre nebulosa también. "
" El barrio de las Injurias se despoblaba, iban saliendo sus habitantes hacia Madrid...Era gente astrosa: algunos, traperos; otros, mendigos; otros, muertos de hambre; casi todos de facha repulsiva. Era una basura humana, envuelta en guiñapos, entumecida por el frío y la humedad, la que vomitaba aquel barrio infecto. Era la herpe, la lacra, el color amarillo de la terciana, el párpado retraído, todos los estigmas de la enfermedad y la miseria. "
..."la poesía sigue siendo la mejor posibilidad humana de operar un encuentro que nadie describió mejor que Lautréamont y que puede hacer del hombre el laboratorio central de donde alguna vez saldrá lo definitivamente humano, a menos que antes no nos hayamos ido todos al quinto carajo".
" Absolutamente nada. Nada que se salga del carril cotidiano. La vida fluye incesable y uniforme; duermo, trabajo, discurro por Madrid, hojeo al azar un libro nuevo, escribo bien o mal -seguramente mal- con fervor o con desmayo. De rato en rato me tumbo en un diván y contemplo el cielo, añil y ceniza. ¿ Y por qué había de saltar de improviso el evento impensado? Trabajemos día tras día ¿Dónde está nuestro Leteo? En el afán diario. O acaso, a través de la obra hacemos ese dolor más delicado. ¡ Cincuenta años escribiendo... Desde los tres quinquenios con la pluma en la mano. Impetu, fervor, perseverancia, entusiasmo... Ha pasado mucho tiempo y los años cargan sobre mis hombros... Todo lo que asciende, desciende... Cuando podemos ya esperar, habiendo visto correr tanto tiempo lo ciframos en la obra cumplida. "
La mujer que iba a morir se llamaba Hortensia. Tenía los ojos oscuros y no
hablaba nunca en voz alta. Sólo cuando la risa le llenaba la boca, se le
escapaba
un Ay madre mía de mi vida que aún no había aprendido a controlar, y lo
repetía casi a gritos sujetándose el vientre. Se pasaba gran parte del día
escribiendo
en un cuaderno azul. Llevaba el cabello largo, anudado en una trenza que le
recorría la espalda, y estaba embarazada de ocho meses.
Ya se había acostumbrado a hablar en voz baja, con esfuerzo, pero se había
acostumbrado. Y había aprendido a no hacerse preguntas, a aceptar que la
derrota
se cuela en lo hondo, en lo más hondo, sin pedir permiso y sin dar
explicaciones. Y tenía hambre, y frío, y le dolían las rodillas, pero no
podía parar
de reír.
Reía.
Reía porque Elvira, la más pequeña de sus compañeras, había rellenado un
guante con garbanzos para hacer la cabeza de un títere, y el peso le impedía
manipularlo.
Pero no se rendía. Sus dedos diminutos luchaban con el guante de lana, y su
voz, aflautada para la ocasión, acompañaba la pantomima para ahuyentar el
miedo.
El miedo de Elvira. El miedo de Hortensia. El miedo de las mujeres que
compartían la costumbre de hablar en voz baja. El miedo en sus voces. Y el
miedo
en sus ojos huidizos, para no ver la sangre. Para no ver el miedo, huidizo
también, en los ojos de sus familiares.
Era día de visita. La mujer que iba a morir no sabía que iba a morir.
El muñeco de Elvira vuelve a ser guante en su mano derecha. Hortensia lo
contempla, sin dejar de acariciarse el vientre y procurando que Elvira no
advierta
su mirada. Un guante. Un solo guante, un guante diminuto tejido por las
manos amorosas de una madre puede convertirse en desconsuelo si no se anda
con
precaución, si la cautela deja de ser compañera de viaje por un descuido,
por un instante, el tiempo suficiente para que un rostro se vuelva, para que
unos ojos vean lo que hubiera sido mejor que no vieran.
Hortensia se encontraba junto a Elvira en el locutorio, una habitación con
un pasillo central flanqueado por vallas tupidas y metálicas. Por el
interior
del pasillo caminaba una funcionaria vigilando a las internas y a sus
familiares. A Elvira la visitaba su abuelo y a Hortensia su hermana, Pepa.
Ninguno
de los cuatro acertaba a oír nada. Hortensia gesticulaba para que su hermana
entendiera que su embarazo no le causaba molestias. Articulaba las palabras
precisas, una a una, las justas, despacio, para que Pepa llevara a su marido
muchos besos de su parte. Y se abrazaba a sí misma para enviarle un abrazo.
La algarabía de los visitantes no permitía que Hortensia escuchara lo que su
hermana se afanaba en decirle. A gritos, Pepa intentaba ponerla al corriente
de que aún no habían fijado la fecha de su juicio.
-Que todavía no se sabe cuándo saldrá tu juicio.
-¿Qué?
-El juicio, que no se sabe nada.
Hortensia se agarró a la alambrada que cercaba el pasillo que la separaba de
Pepa. Pepa se agarró a la alambrada de enfrente para acercarse más a ella;
fue entonces cuando ambas vieron a la guardiana que recorría el pasillo
girar la cabeza, y detener su mirada en el guante de Elvira.
Los garbanzos de la cabeza del títere aún estaban manchados de sangre.
Elvira deshizo el muñeco ante los ojos sorprendidos de su abuelo, que
observaba desde
el otro lado del pasillo. Alzó el guante. La guardiana pasó de largo,
suponiendo que la joven divertía a su abuelo con un juego, y continuó
recorriendo
el pasillo con paso firme y las manos enlazadas en la espalda. Cuando la
funcionaria estuvo suficientemente alejada de ella, Elvira sacó los
garbanzos
manchados de sangre y se señaló las rodillas.
La distancia y la penumbra impidieron que el anciano viera las heridas de su
nieta, aún abiertas.
La guardiana se detiene en seco. Gira la cabeza. Endurece el gesto. Grita:
¡Elvira, atrás! Reanuda la marcha lentamente y se dirige hacia Elvira
apretando
los labios en un mohín disfrazado de sonrisa. Retuerce los dedos sin retirar
las manos de la espalda y vuelve a gritar:
-¡Elvira, atrás!
Elvira da un paso hacia atrás, justo cuando la guardiana golpea la alambrada
con su palma izquierda, a la altura del rostro de Elvira.
-La visita ha terminado para usted. Retírese a su galería y espéreme allí. Y
añade, sin gritar, dirigiéndose al abuelo de Elvira:
-Márchese.
Fragmento del primer capítulo de "La voz dormida"
"Quien vive como yo no muere: se acaba, se marchita, se desvegeta. El sitio donde estuvo sigue sin él estar allí, la calle por donde caminaba sigue sin que él sea visto en ella, la casa que habitaba es habitada por no él."
“A veces, uno cree que todo lo ha olvidado, que el óxido y el polvo de los años han destruído ya completamente lo que, a su voracidad, un día confiamos. Pero basta un sonido, un olor, un tacto repentino e inesperado, para que, de repente, el aluvión del tiempo caiga sin compasión sobre nosotros y la memoria se ilumine con el brillo y la rabia de un relámpago”.
“No intentes enterrar el dolor: se extenderá a través de la tierra, bajo tus pies; se filtrará en el agua que hayas de beber y te envenenará la sangre. Las heridas se cierran, pero siempre quedan cicatrices más o menos visibles que volverán a molestar cuando cambie el tiempo, recordándote en la piel su existencia, y con ella el golpe que las originó. Y el recuerdo del golpe afectará a decisiones futuras, creará miedos inútiles y tristezas arrastradas, y tú crecerás como una criatura apagada y cobarde. ¿Para qué intentar huir y dejar atrás la ciudad donde caíste? ¿Por la vana esperanza de que en otro lugar, en un clima más benigno, ya no te dolerán las cicatrices y beberás un agua más limpia? A tu alrededor se alzarán las mismas ruinas de tu vida, porque allá donde vayas llevarás a la ciudad contigo. No hay tierra nueva ni mar nuevo, la vida que has malogrado, malograda queda en cualquier parte del mundo”.
Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí, para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender, coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca, y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos, el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo de aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.
“Esto de definir el mal, esto de definir. Esto del desesperar del lenguaje por culpa del maldito vicio de la definición.”
— | Alejandra Pizarnik, en Diarios |
"Sí, supongo que sí. Y acabarías lamentándolo durante todos los días de tu vida. No vayas por ese camino, Joyce. Intenta encajar los golpes. Lleva la cabeza alta. Que no te tomen el pelo. Vota a los demócratas en todas las elecciones. Pasea en bici por el parque. Sueña con mi cuerpo inigualable y perfecto. Toma vitaminas. Bebe ocho vasos de agua al día. Apoya a los Mets. Ve mucho al cine. No te mates a trabajar. Haz un viaje conmigo a París. Ven al hospital cuando Rachel tenga al niño y coge en brazos a mi nieto. Cepíllate los dientes después de cada comida. No cruces la calle con el semáforo en rojo. Defiende al débil. Hazte valer. Recuerda lo hermosa que eres. Acuérdate de lo mucho que te quiero. Bebe un whisky con hielo todos los días. Respira profundamente. Mantén los ojos abiertos. No comas grasas. Sueña el sueño de los justos. Recuerda cuánto te quiero".
"Yes, I suppose you could. And you'd wind up regretting it every day for the rest of your life. Don't go there Joyce. Try to roll with the punches. Keep your chin up. Don't take any wooden nickels. Vote Democrat in every election. Ride you bike in the park. Dream about my perfecto, golden body. Take your vitamins. Drink eight glasses of water a day. Pull for the Mets. Watch a lot of movies. Don't work too hard at your job. Take a trip to Paris with me. Come to the hospital when Rachel has her baby and hold my grandchild in your arms. Brush you teeth after every meal. Don't cross the street on a red light. Defend the little guy. Stick up for yourself. Remember how beatyful you are. Remember how much I love you. Drink one Scotch on the rocks every day. Beathe deeply. Keep you eyes open. Stay away from fatty foods. Sleep the sleep of the just. Remember how much I love you."
Soneto V
No te toque la noche ni el aire ni la aurora,
sólo la tierra, la virtud de los racimos,
las manzanas que crecen oyendo el agua pura,
el barro y las resinas de tu país fragante.
Desde Quinchamalí donde hicieron tus ojos
hasta tus pies creados para mí en la Frontera
eres la greda oscura que conozco:
en tus caderas toco de nuevo todo el trigo.
Tal vez tú no sabías, araucana,
que cuando antes de amarte me olvidé de tus besos
mi corazón quedó recordando tu boca,
y fui como un herido por las calles
hasta que comprendí que había encontrado,
amor, mi territorio de besos y volcanes.
“Nada hay en el mundo, ni hombre ni diablo ni cosa alguna, que sea para mí tan sospechoso como el amor, pues éste penetra en el alma más que cualquier otra cosa. Nada hay que ocupe y ate más al corazón que el amor. Por eso, cuando no dispone de armas para gobernarse, el alma se hunde, por el amor, en la más honda de las ruinas.”
“Es curioso, uno así mismo siempre se reconoce por los ojos, porque en ellos es donde anida ese miedo a dejarse de reconocer, a haber perdido algún eslabón de la propia herencia, el miedo es lo que une el yo de ahora con los de antes, un ansia de pesquisa que imprime al rostro la expresión más incondicional, como una lucecita al fondo de la pupila".
Siempre es preciso saber cuándo se acaba una etapa de la vida. Si insistes en permanecer en ella más allá del tiempo necesario, pierdes la alegría y el sentido del resto. Cerrando círculos, o cerrando puertas, o cerrando capítulos, como quieras llamarlo. Lo importante es poder cerrarlos, y dejar ir momentos de la vida que se van clausurando.¿Terminó tu trabajo?, ¿Se acabó tu relación?, ¿Ya no vives más en esa casa?, ¿Debes irte de viaje?, ¿La relación se acabó? Puedes pasarte mucho tiempo de tu presente “revolcándote” en los por qué, en devolver el cassette y tratar de entender por qué sucedió tal o cual hecho. El desgaste va a ser infinito, porque en la vida, tú, yo, tu amigo, tus hijos, tus hermanos, todos y todas estamos encaminados hacia ir cerrando capítulos, ir dando vuelta a la hoja, a terminar con etapas, o con momentos de la vida y seguir adelante.No podemos estar en el presente añorando el pasado. Ni siquiera preguntándonos por qué. Lo que sucedió, sucedió, y hay que soltarlo, hay que desprenderse. No podemos ser niños eternos, ni adolescentes tardíos, ni empleados de empresas inexistentes, ni tener vínculos con quien no quiere estar vinculado a nosotros. ¡Los hechos pasan y hay que dejarlos ir!
Por eso, a veces es tan importante destruir recuerdos, regalar presentes, cambiar de casa, romper papeles, tirar documentos, y vender o regalar libros.Los cambios externos pueden simbolizar procesos interiores de superación.Dejar ir, soltar, desprenderse. En la vida nadie juega con las cartas marcadas, y hay que aprender a perder y a ganar. Hay que dejar ir, hay que dar vuelta a la hoja, hay que vivir sólo lo que tenemos en el presente…El pasado ya pasó. No esperes que te lo devuelvan, no esperes que te reconozcan, no esperes que alguna vez se den cuenta de quién eres tú… Suelta el resentimiento. El prender “tu televisor personal” para darle y darle al asunto, lo único que consigue es dañarte lentamente, envenenarte y amargarte.La vida sigue hacia adelante, nunca hacia atrás. Si andas por la vida dejando “puertas abiertas” por si acaso, nunca podrás desprenderte ni vivir lo de hoy con satisfacción. ¿Noviazgos o amistades que no clausuran?, ¿Posibilidades de regresar? (¿a qué?), ¿Necesidad de aclaraciones? , ¿Palabras que no se dijeron?, ¿Silencios que lo invadieron? Si puedes enfrentarlos ya y ahora, hazlo, si no, déjalos ir, cierra capítulos. Dite a ti mismo que no, que no vuelven. Pero no por orgullo ni soberbia, sino, porque tú ya no encajas allí en ese lugar, en ese corazón, en esa habitación, en esa casa, en esa oficina, en ese oficio.Tú ya no eres el mismo que fuiste hace dos días, hace tres meses, hace un año. Por lo tanto, no hay nada a qué volver. Cierra la puerta, da vuelta a la hoja, cierra el círculo. Ni tú serás el mismo, ni el entorno al que regresas será igual, porque en la vida nada se queda quieto, nada es estático. Es salud mental, amor por ti mismo, desprender lo que ya no está en tu vida.
Recuerda que nada ni nadie es indispensable. Ni una persona, ni un lugar, ni un trabajo. Nada es vital para vivir porque cuando tú viniste a este mundo, llegaste sin ese adhesivo. Por lo tanto, es costumbre vivir pegado a él, y es un trabajo personal aprender a vivir sin él, sin el adhesivo humano o físico que hoy te duele dejar ir.
Es un proceso de aprender a desprenderse y, humanamente se puede lograr, porque te repito: nada ni nadie nos es indispensable. Sólo es costumbre, apego, necesidad. Por eso cierra, clausura, limpia, tira, oxigena, despréndete, sacúdete, suéltate.
«Sonríe, como si tus labios se fueran a sellar.
Canta, como si tus cuerdas vocales estuvieran a punto de consumirse.
Escucha, como quien nunca tiene prisa por responder.
Goza, como quien no teme lo que vaya a venir después.
Siente, como quien sabe que no pierde nada por sentir.
Perdona, como si ya no fueras a tener otra oportunidad.
Ama, como si tu corazón no pudiera aguantar sin darse entero.
Y entrégate, como si mañana fuera el último día.»
“Las palabras sin destinatario no son verdaderamente palabras. Si no tienen eco, se pierden. Es como si nunca hubiesen existido. Es como escribir al viento, al desierto, al abismo. Si nadie me escucha, más vale seguir callada. Alguien debe escucharme. ¿ y quién mejor que tú?”
“Mi corazón sigue acelerado, me cuesta retomar el aliento. Tengo la impresión de que el reloj se hincha y va a salir expulsado por mi garganta. ¿Qué tiene esta muchacha que me provoca estos sentimientos?¿Está hecha de chocolate? Pero ¿qué me ocurre? Intento mirarla a los ojos, pero no puedo dejar de admirar su hermosa boca. No sospechaba que uno pudiera pasarse tanto tiempo observando una boca”.
Si estás y escoges quedarte, recuerda entonces las cosas que no sabes, sujétalas bien, no las dejes escapar, llegará el día en que puedas saberlas.
Si estás y sabes cómo amar, recuerda entonces las cosas que das, mantenlas del otro lado, no las hagas regresar, llegará el día en que puedas volver a tenerlas.
Si estás, y piensas marcharte, recuerda entonces las cosas que quieres, mantenlas vivas, no las dejes callar, llegará el día en que las merezcas.
El amor no es y no puede ser simple afecto. No se trata de costumbre o de amabilidad. El amor es locura,es el corazón que late a dos mil por hora, la luz que surge de noche en pleno atardecer, las ganas de despertarse por la mañana sólo para mirarse a los ojos. El amor es ese grito que ahoga la llama y le hace comprender que es hora de cambiar....
Y caen las hojas, y parecen soles, y cae la nieve de espuma sobre el mar. Y dos están tan juntos que parece un final.