"No es un perfume de rosas, inmaterial, poético, lo que atraviesa a los hombres, sino salivas, materiales y prosaicas, que con su ejercito de microbios pasan de boca en boca entre dos amantes, del amante a su esposa, de la esposa a su bebé, del bebé a su tía, de la tía - camarera en un restaurante- a un cliente en cuya sopa ha escupido, del cliente a su esposa, de la esposa a su amante y, así en adelante a otras muchas bocas, de tal manera que cada uno de nosotros está sumergido en un mar de salivas que se mezclan y nos convierten en una sola comunidad de salivas, una sola húmeda y unida", pensaba Chantal.
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