IGNACIO.- (Deja de reír. Grave). Estáis envenenados de alegría. Pero sois monótonos y tristes sin saberlo... Sobre todo las mujeres. Aquí, como ahí fuera, os repetís lamentablemente, seáis ciegas o no. No eres la primera en sugerirme esa solución pueril. Mis vecinitas decían lo mismo.
JUANA.- ¡Bobo! ¿No comprendes que se insinuaban?
IGNACIO.- ¡No! Ellas también estaban comprometidas... como tú. Daban el consejo estúpido que la estúpida alegría amorosa os pone a todas en la boca. Es... como una falsa generosidad Todas decís: ¿Por qué no te echas novia?" Pero ninguna, con la inefable emoción del amor en la voz, ha dicho. "Te quiero." (Furioso). Ni tú tampoco, ¿no es así? ¿O acaso lo dices? (Pausa). No necesito una novia. ¡Necesito un "te quiero" dicho con toda el alma! "Te quiero con tu tristeza y tu angustia; para sufrir contigo y no para llevarte a ningún falso reino de la alegría." No hay mujeres así.
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