Yo, ahora, como conclusión provisional a un largo destino (¿existirán, en realidad, otros frutos del destino aparte de los provisionales?; interesante cuestión, pero dejémosla correr), estoy en esta isla griega. Una pequeña isla que, hasta hace poco, ni había oído nombrar. Ahora son... las cuatro de la madrugada pasadas. Todavía no ha amanecido, claro. Las cándidas ovejas están sumidas en su apacible y colectivo sueño. Al otro lado de la ventana, las hileras de olivos siguen succionando el alimento de las tinieblas. Sobre los tejados, nuestra amiga la luna, parecida a un monje melancólico, sostiene fríamente entre las manos la ofrenda de un mar estéril. Me encuentre en la parte del mundo en que me encuentre, ésta es la hora que prefiero sobre todas las demás. Esta hora es sólo mía. Yo, ante la mesa, escribo. Pronto amanecerá. Como Buda, nacido del costado de su madre (¿era el derecho, el izquierdo?) un nuevo sol asomará de súbito por el extremo de las montañas. Pronto, la siempre discreta Myû despertará en silencio. A las seis prepararemos un desayuno sencillo, desayunaremos y emprenderemos el camino hasta la hermosa playa de siempre, al otro lado del monte. Antes de que empiece así nuestra jornada cotidiana, yo (me arremango y) me dispongo a terminar este trabajo. |
Imagina una palabra, e imagina un millón. Flotan, y vuelan... Imagina una sensación, mientras sueñas, mientras lees. "Quien nunca haya llorado abierta o disimuladamente lágrimas amargas, porque una historia maravillosa acaba y había que decir adiós a personajes con los que había corrido tantas aventuras, a los que quería y admiraba,`por los que había temido y rezado, y sin cuya compañía la vida le parecería vacía y sin sentido..."
jueves, 15 de mayo de 2014
Haruki Murakami Sputnik mi amor
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