jueves, 15 de mayo de 2014

Haruki Murakami Sputnik mi amor

Yo, ahora, como conclusión provisional a un largo destino (¿existirán, en realidad, otros frutos del destino aparte de los provisionales?; interesante cuestión, pero dejémosla correr), estoy en esta isla griega. Una pequeña isla que, hasta hace poco, ni había oído nombrar. Ahora son... las cuatro de la madrugada pasadas. Todavía no ha amanecido, claro. Las cándidas ovejas están sumidas en su apacible y colectivo sueño. Al otro lado de la ventana, las hileras de olivos siguen succionando el alimento de las tinieblas. Sobre los tejados, nuestra amiga la luna, parecida a un monje melancólico, sostiene fríamente entre las manos la ofrenda de un mar estéril. 
Me encuentre en la parte del mundo en que me encuentre, ésta es la hora que prefiero sobre todas las demás. Esta hora es sólo mía. Yo, ante la mesa, escribo. Pronto amanecerá. Como Buda, nacido del costado de su madre (¿era el derecho, el izquierdo?) un nuevo sol asomará de súbito por el extremo de las montañas. Pronto, la siempre discreta Myû despertará en silencio. A las seis prepararemos un desayuno sencillo, desayunaremos y emprenderemos el camino hasta la hermosa playa de siempre, al otro lado del monte. Antes de que empiece así nuestra jornada cotidiana, yo (me arremango y) me dispongo a terminar este trabajo.


No hay comentarios: