miércoles, 7 de mayo de 2014

GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ, El ahogado más hermoso del mundo


Pero mientras más se apresuraban, más cosas se les ocurrían a las
mujeres para perder el tiempo. Andaban como gallinas asustadas
picoteando amuletos de mar en los arcenes, unas estorbando aquí
porque querían ponerle al ahogado los escapularios del buen viento,
otras estorbando allá para abrocharle una pulsera de orientación, y
al cabo de tanto quítate de ahí mujer, ponte donde no estorbes, mira
que casi me haces caer sobre el difunto, a los hombres se les
subieron al hígado las suspicacias y empezaron a rezongar que con
qué objeto tanta ferretería de altar mayor para un forastero, si por
muchos estoperoles y calderetas que llevara encima se lo iban a
masticar los tiburones, pero ellas seguían tripotando sus reliquias de
pacotilla, llevando y trayendo, tropezando, mientras se les iba en
suspiros lo que no se les iba en lágrimas, así que los hombres
terminaron por despotricar que de cuándo acá semejante alboroto
por un muerto al garete, un ahogado de nadie, un fiambre de mierda.




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