sábado, 17 de diciembre de 2011

Dolor Común, de Miguel de Unamuno

  Cállate, corazón, son tus pesares
de los que no deben decirse, deja
se pudran en tu seno; si te aqueja
  un dolor de ti solo no acíbares
a los demás la paz de sus hogares
con importuno grito. Esa tu queja,
siendo egoísta como es, refleja
tu vanidad no más. Nunca separes
tu dolor del común dolor humano,
  busca el íntimo aquel en que radica
la hermandad que te liga con tu hermano,
el que agranda la mente y no la achica;
solitario y carnal es siempre vano;
sólo el dolor común nos santifica.

Al Oído De Una Muchacha de Federico García Lorca

No quise.
No quise decirte nada.

Vi en tus ojos
dos arbolitos locos.
De brisa, de risa y de oro.
Se meneaban.
No quise.
No quise decirte nada.

JOSÉ MARÍA VALVERDE : El Umbral de Poemas de Amor y Románticos

Mírala aquí delante.
Es la playa donde empieza el extraño
mar de la realidad. Toma su mano breve
y déjate llevar sin preguntar.
Esta mirada clara
ya la habías soñado; este cabello
rubio tiene la luz de tu ilusión más niña,
y, sin embargo, nada se parece.
No te sirve, ahora tienes
que comenzar por la primera letra.
Anda, llama a tus sueños, amánsalos, resígnalos
a fermentar ya hacerse de verdad.
Y tú, sal de tu miedo
antiguo, corazón, pasa el umbral
sin agacharte, ten valor para la dicha,
acepta la hermosura; ya eres hombre.
Échate a las espaldas
tu cariño empeñado en ser amor,
tu ceguedad, tu mundo; toca a Dios en su peso,
única voz que de El podrás sentir.
Anda, obedece y calla,
porque para eso fuiste siempre niño
bueno y sumiso; haciendo la costumbre y el símbolo
de esta nueva obediencia más profunda.
Sí, ahora eres digno
de la vida. Hasta ella te ha elevado
tu soñar doloroso de adolescencia, como
una oración que pide lo que ignora.
Y no por prepararte
-ya ves todo qué extraño, qué distinto-,
sino por esa gota de nobleza en los ojos
con que vas a aprender la realidad.

lunes, 5 de diciembre de 2011

Haruki Murakami: Kafka en la orilla

Tu corazón es como un gran río crecido tras un largo periodo de lluvias. Los postes indicadores del camino están, todos sin excepción sumergidos en la corriente, o tal vez hayan sido arrastrados a otro lugar oscuro. Y la lluvias sigue cayendo torrencialmente sobre el río. Y cada vez que veas en las noticias las imágenes de unas inundaciones pensarás ‹‹Sí, justo. Ése es mi corazón››
Haruki Murakami, Kafka en la orilla

Arthur Rimbaud: Sueño de invierno

En el invierno viajaremos en un vagón de tren con asientos azules.
Seremos felices. Habrá un nido de besos
oculto en los rincones.
Cerrarán sus ojos para no ver los gestos
en las últimas sombras, esos monstruos huidizos, multitudes oscuras de demonios y lobos.
Y luego en tu mejilla sentirás un rasguño...
un beso muy pequeño como una araña suave
correrá por tu cuello...
Y me dirás: «¡búscala!», reclinando tu cara -y tardaremos mucho en hallar esa araña, por demás indiscreta

jueves, 24 de noviembre de 2011

Henry David Thoreau

Me interné en los bosques porque quería vivir intensamente; quería ‘sacarle el jugo’ a la vida. Desterrar todo lo que no fuese vida, para así, no descubrir en el instante de mi muerte que no había vivido.
 Henry David Thoreau

"Tiempo de arena", Inma Chacón

Las últimas palabras de María Francisca fueron para sus hijos.
Ninguno de los que rodeaba la cama de la enferma conocía
la existencia de aquellos niños, pero, para sorpresa
de todos, María Francisca no dejaba de repetir.
—¡Mis hijos! ¡Mis hijos!
Murió como siempre había vivido, bajo la mirada atenta
de Mariana, su madre, tratando de evadirse de la presión de
su mano y sabiendo que la defraudaba una vez más, como
tantas otras a lo largo de su vida, con aquella muerte que
dejaba el marquesado de Sotoñal sin heredero legítimo,
una cadena que la amordazaba desde que abrió los ojos en
Filipinas hacía veintinueve años, cuando el archipiélago
aún pertenecía a la Corona de España.
Sobre la puerta de cedro de su habitación, oscura y fría
como todos los muebles que la rodeaban, colgaba una sobrepuerta
de madera semicircular con el dibujo de un ángel
que sujetaba dos pilas de libros, una con cada mano.
Los brazos ligeramente arqueados hacia delante, el cuerpo
erguido y las alas extendidas a su espalda, como abanicos
de seda. Delante de él, una bola de cristal donde se reflejaba
el lomo de un libro que se encontraba separado del resto,
colocado horizontalmente sobre el suelo. El único que
no rozaba las alas del ángel.
María Francisca miró la sobrepuerta y luego a su tía
Munda, quien se inclinó hacia su boca después de que ella
le indicara con un gesto que quería hablarle.
—¡Tienes que encontrarlos! ¡Diles que yo les quería!
¡Mis hijos! ¡Mis hijos!
Unos segundos después, la joven expulsó el poco aire
que le quedaba en los pulmones y dejó la mirada clavada
en el ángel del cuadro de madera.
Munda miró a su hermana mayor en busca de una explicación,
pero Mariana permanecía impasible, sujetando
la mano de su hija como si aún pudiera controlarla. Hacía
tres meses que la tuberculosis se había cebado en ella hasta
consumirla. La misma enfermedad que se había llevado a
su madre y a su padre. Una maldición que parecía haber
heredado la familia junto con el título que tanto le había
importado siempre a Mariana.
La marquesa le devolvió la mirada a Munda sin cambiar
el gesto. Ni una sola lágrima que nublara sus ojos azules, ni
un quejido por la muerte de su hija, ni un parpadeo. A
Munda no le extrañó aquella actitud, la había visto con demasiada
frecuencia. Mariana no lloraba. La última vez que
la había visto llorar fue ante el cadáver de su madre, aquel
cuerpo reducido y triste que nunca aceptó que el puesto
que había ocupado junto a su esposo no estuviera destinado
sólo a ella, sino a una cohorte de amantes con la que
debía compartirlo casi todo, excepto el título que la había
convertido en «la señora marquesa». No lloró cuando murió
su hijo, al poco tiempo de nacer en Manila, en brazos
de su nodriza tagala, asfixiado por un alfiler de plata que la
propia Mariana le había prendido en los volantes de la blusa;
estaba grabado con el escudo del marquesado, como todos
los objetos que pertenecían a la casa de Sotoñal. Tampoco
cuando murió su padre en el barco en que la familia
regresó de Manila en 1896, dos años antes de que los filipinos
se arrojaran en brazos de los estadounidenses creyen9
do que los ayudarían a ganar la independencia, sin saber
que éstos tratarían de eliminar todo vestigio español o indígena
que encontraran a su paso. Ni siquiera se le escapó
una lágrima cuando, a las pocas semanas de llegar a Toledo,
recibió la noticia de que su marido había muerto en
ultramar, junto con la mayoría de los soldados que capitaneaba
en contra de los insurrectos.
No. Mariana Camp de la Cruz no lloraba. No sabía y,
aunque hubiera sabido, su linaje no se lo habría permitido.
La nobleza no puede mostrar sus sentimientos, sería como
rebajarse hasta lo más primitivo, equipararse a la vulgaridad
de los que no tienen la obligación de defender un apellido,
una casta, un privilegio que lleva aparejadas algunas servidumbres.
Y controlar el llanto se encontraba entre ellas.
Munda era diferente. Había huido de toda esa hipocresía
hacía mucho tiempo. No soportaba las rigideces de un
protocolo que no escondía más que desigualdades e injusticia.
Desde que llegaron a Toledo procedentes de Manila,
hacía veintiséis años, sólo pensaba en escapar. La asfixiaban
los ojos vigilantes de su hermana. Su forma de querer
controlar cuanto sucedía a su alrededor, no sólo en la casa
familiar, sino también en aquella ciudad en la que la jerarquía
eclesiástica compartía la abundancia de las mesas de
quienes les negaban el pan y la sal a los que no tenían nada.
Su hermana pequeña, Alejandra, lloraba abrazada a su
sobrina y le dirigió a Mariana la pregunta que la propia
Munda no dejaba de hacerse.
—¿Qué ha querido decir?
Mariana se adelantó a cualquier conjetura antes de que
nadie se atreviera a sugerirla.
—Tenía muchísima fiebre. Estaba delirando.
Pero Munda no la creyó. Nadie que hubiera escuchado
la angustia de María Francisca la habría interpretado así.
10
—No se delira de ese modo ante la muerte. ¿Qué trataba
de decir? ¿De qué hijos hablaba?
—¿Qué iba a querer decir? ¡Pobrecita! Había perdido
la cabeza.
Lo dijo como si hablase de una desconocida. «¡Pobrecita!
» Sin asomo del menor sentimiento. «¿Qué iba a querer
decir?» Su hija acababa de morir. Todos los que habían
presenciado su muerte habían sentido el mismo estremecimiento.
«¡Mis hijos! ¡Mis hijos!» Sólo había perdido la
cabeza. «¡Tienes que encontrarlos!» Munda miraba a Mariana
sin entenderla. Resultaba incomprensible que no se
extrañase de las palabras de María Francisca. «¡Diles que yo
les quería!»
¡Pobre Xisca! Siempre supeditada a los deseos de su
madre, siempre callada, como si necesitase el permiso materno
para atreverse a respirar. Desde niña vivió oculta en
un caparazón que acabó por asfixiarla, una costra de silencio
que aumentaba en capas superpuestas a medida que
ella crecía, cada año una capa más, como los troncos de los
árboles. Inmóvil, incapaz de rebelarse contra un destino
que la ataba a sus raíces y tiraba de ella hacia el centro de la
Tierra. Enterrada en aquel caserón cuyos dormitorios Mariana
se había empeñado en mantener idénticos a los que
habían dejado en Manila en un intento absurdo de conservar
el pasado a través de las cosas, con esa obstinación por
acomodarse en el tiempo para negarle su capacidad de
avanzar. Los mismos muebles, las mismas lámparas, las mismas
cortinas pasadas de moda que su madre había llevado
de un extremo al otro del mundo.
Junto al cabecero de la cama de María Francisca, se encontraba
su confesor, don Ramón, un sacerdote enjuto,
alto y desgarbado, mucho más avejentado de lo que le correspondería
por su edad. Probablemente rondara los cincuenta
años, los mismos que pronto cumpliría Mariana.
Momentos antes de que muriera, el sacerdote había ungido
con los óleos los cinco sentidos de la enferma, mientras
todos los presentes entonaban el Mea culpa.
—Yo confieso ante Dios todopoderoso y ante vosotros,
hermanos, que he pecado mucho de pensamiento, palabra,
obra y omisión.
Xisca había rezado con ellos en silencio, afirmando con
la cabeza y dándose golpes de contrición en el pecho.
—Por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa.
Y a cada golpe de arrepentimiento lo acompañaba una
lágrima que todos habían interpretado como de tristeza
por la despedida hasta que mencionó por primera vez a sus
hijos.
A Munda le pareció que el sacerdote aprovechaba ese
momento para dibujarle una cruz en la boca con sus ungüentos.
Xisca le miró entonces como si los secretos del
confesionario no fueran los únicos que compartiera con él,
y volvió a repetir: «¡Mis hijos, mis hijos!» Pero el sacerdote
continuó con la unción como si no la hubiera oído

HAIKU: Matsuo Bashoo


Este camino
ya nadie lo recorre
salvo el crepúsculo. 
Matsuo Bashoo. Traducción de Octavio Paz (en colaboración con Eikichi Hayashiya).

lunes, 21 de noviembre de 2011

Pablo Neruda (Chile, 1904 -1973)




"He aquí que el silencio fue integrado
por el total de la palabra humana,
y no hablar es morir entre los seres:
se hace lenguaje hasta la cabellera,
habla la boca sin mover los labios,
los ojos de repente son palabras...

...Yo tomo la palabra y la recorro
como si fuera sólo forma humana,
me embelesan sus líneas
y navego en cada resonancia del idioma..."

José Hierro (España, 1922 - 2002)


..La poesía es como el viento,
o como el fuego, o como el mar.
Hace vibrar árboles, ropas,
abrasa espigas, hojas secas,
acuna en su oleaje
los objetos que duermen en la playa..."

Dulce Chacón: Algún amor que no mate

" Prudencia, hija, deberías haber aprovechado y hablar con el representante, ya ves cómo los hombres no son todos iguales, como dices tú. Contarle tus penas. Porque de mí estás un poco cansada, y yo de ti, Prudencia. Por eso esta mañana, cuando me dijiste que tú también ibas a morirte me entró alivio por dentro y no te pregunté de qué. "

“Silogismos de la amargura”: E. M. Ciorán

“Aunque pudiera luchar contra un ataque de depresión, ¿en nombre de qué vitalidad me ensañaría con una obsesión que me pertenece, que me precede? Encontrándome bien, escojo el camino que me place; una vez “tocado”, ya no soy yo quien decide: es mi mal. Para los obsesos no existe opción alguna: su obsesión ha elegido ya por ellos. Uno se escoge cuando dispone de virtualidades indiferentes; pero la nitidez de un mal es superior a la diversidad de caminos a elegir. Preguntarse si se es libre o no: bagatela a los ojos de un espíritu a quien arrastran las calorías de sus delirios. Para él, ensalzar la libertad es dar pruebas de una salud indecente.
¿La libertad? Sofisma de la gente sana.
Si apenas he obtenido ideas de la tristeza, es porque la he amado demasiado para empobrecerla ejercitándome en ella.
Somos todos unos farsantes. Sobrevivimos a nuestros problemas.
Sufrimos: el mundo exterior comienza a existir…; sufrimos demasiado: desaparece. El dolor lo suscita únicamente para desenmascarar su irrealidad.
Cuanto más difuso sea el objeto de una pasión, mejor ella nos destruye; la mía fue el Hastío: sucumbí a su imprecisión”.

El nombre de la rosa, Umberto Eco

"En este ocaso somos aún antorchas, luz que sobresale en el horizonte. Y, mientras esta muralla resista, seremos custodios de la Palabra divina.

-Así sea –dijo Guillermo con tono devoto–. Pero, ¿qué tiene que ver eso con la prohibición de visitar la biblioteca?

-Mirad, fray Guillermo –dijo el Abad–, para poder realizar la inmensa y santa obra que atesoran aquellos muros –y señaló hacia la mole del edificio, que en parte se divisaba por la ventana de la celda, más alta incluso que la iglesia abacial– hombres devotos han trabajado durante siglos, observando unas reglas de hierro. La biblioteca se construyó según un plano que ha permanecido oculto durante siglos, y que ninguno de los monjes está llamado a conocer. Sólo poseé ese secreto el bibliotecario, que lo ha recibido del bibliotecario anterior, y que, a su vez, lo transmitirá a su ayudante, con suficiente antelación como para que la muerte no lo sorprenda y la comunidad no se vea privada de ese saber. Y los labios de ambos están sellados por el juramento de no divulgarlo. Sólo el bibliotecario, además de saber, está autorizado a moverse por el laberinto de los libros, sólo él sabe dónde encontrarlos y dónde guardarlos, sólo él es responsable de su conservación. Los otros monjes trabajan en el scriptorium y pueden conocer la lista de los volúmenes que contiene la biblioteca. Pero una lista de títulos no suele decir demasiado: sólo el bibliotecario sabe, por la colocación del volumen, por su grado de inaccesibilidad, qué tipo de secretos, de verdades o de mentiras encierra cada libro. Sólo él decide cómo, cuándo, y si conviene, suministrarlo al monje que lo solicita, a veces no sin antes haber consultado conmigo. Porque no todas las verdades son para todos los oídos, ni todas las mentiras pueden ser reconocidas como tales por cualquier alma piadosa, y, por último, los monjes están en el scriptorium para realizar una tarea determinada, que requiere la lectura de ciertos libros y no de otros, y no para satisfacer la necia curiosidad que puedan sentir, ya sea por flaqueza de sus mentes, por soberbia o por sugestión diabólica."

El Corsario (Lord Byron)

"¿Qué es la muerte? La muerte es el reposo, cobarde, eterno, aborrecible... ¡Sea! Serenos aguardémosla. Apuremos la vida de la vida, y después venga fiebre traidora o descubierto acero implacable a romper su débil hebra. Cobardes otros, de vejez avaros, revuélquense en el lecho que envenena dolencia inmunda, y el impuro ambiente con flaco pecho aspiren y fallezcan luchando con la muerte.

¡Oh, no a nosotros fúnebre lecho de agonía lenta, ¡césped fresco es mejor! Y mientras su alma sollozo tras sollozo tarda quiebra los nudos de la vida, de un impulso sus ligaduras rompe y se liberta osado nuestro espíritu. Sus restos del blanco mármol de su tumba estrecha, grabado por el mismo que su muerte hipócrita anhelaba, se envanezcan. Cuando sepulte el mar nuestro cadáver le bastará una lágrima sincera, ¡una lágrima sola! Henchido el vaso del alegre festín en la ancha mesa honra de nuestros bravos la memoria.

Siddharta: Hermann Hesse

"-Cada uno da lo que tiene. El guerrero da fuerza; el comerciante, mercancía; el profesor, enseñanza; el campesino, arroz; el pescador, peces.
-Muy bien. ¿Y qué es, pues, lo que tú puedes dar? ¿Qué es lo que has aprendido? ¿Qué sabes hacer?
-Sé pensar. Esperar. Ayunar.
-¿Y eso es todo?
-¡Creo que es todo!
-¿Y para qué sirve? Por ejemplo, el ayuno... ¿Para qué vale?
-Es muy útil, señor. Cuando una persona no tiene nada que comer, lo más inteligente será que ayune. Si, por ejemplo, Siddharta no hubiera aprendido a ayunar, hoy mismo tendría que aceptar cualquier empleo, sea en tu casa o en cualquier otro lugar, pues el hambre le obligaría. Sin embargo, Siddharta puede esperar tranquilamente, desconoce la impaciencia, la miseria; puede contener el asedio del hambre durante mucho tiempo y, además, puede echarse a reír. Para eso sirve el ayuno, señor. "

Breviario de pobredumbre: Emile Cioran


" Me seducen las distancias lejanas, el inmenso vacío que proyecto sobre el mundo. Crece en mí una sensación de vaciedad; se infiltra en mi cuerpo como un fluido ligero e impalpable. En su avance, como una dilación hasta el infinito, siento la presencia misteriosa de los sentimientos más contradictorios que ha acogido jamás el alma humana. Soy feliz e infeliz a la vez. Estoy exaltado y deprimido, desbordado por el placer y la desesperación en la más contradictoria de las armonías. Estoy tan alegre y tan triste que en mis lágrimas se reflejan el cielo y la tierra al mismo tiempo. Aunque sea solamente por la alegría de mi tristeza, querría que no hubiera más muerte en esta Tierra. "

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Antonio Machado

Camino al andar
Al andar de hace camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino,
sino estelas en la mar.

Luis Sepúlveda. Un viejo que leía novelas de amor

Capítulo II

Portada de la novela de Luis Sepúlveda
El alcalde, único funcionario, máxima autoridad y representante de un poder demasiado lejano como para provocar temor, era un individuo obeso que sudaba sin descanso.

Decían los lugareños que la sudadera le empezó apenas pisó tierra luego de desembarcar del Sucre, y desde entonces no dejó de estrujar pañuelos, ganándose el apodo de la Babosa.

Murmuraban también que antes de llegar a El Idilio estuvo asignado en alguna ciudad grande de la sierra, y que a causa de un desfalco lo enviaron a ese rincón perdido del oriente como castigo. Sudaba, y su otra ocupación consistía en administrar la provisión de cerveza. Estiraba las botellas bebiendo sentado en su despacho, a tragos cortos, pues sabía que una vez terminada la provisión la realidad se tornaría más desesperante.

Cuando la suerte estaba de su parte, podía ocurrir que la sequía se viera recompensada con la visita de un gringo bien provisto de whisky. El alcalde no bebía aguardiente como los demás lugareños. Aseguraba que el Frontera le provocaba pesadillas y vivía acosado por el fantasma de la locura. Desde alguna fecha imprecisa vivía con una indígena a la que golpeaba salvajemente acusándola de haberle embrujado, y todos esperaban que la mujer lo asesinara. Se hacían incluso apuestas al respecto.

Desde el momento de su arribo, siete años atrás, se hizo odiar por todos. Llegó con la manía de cobrar impuestos por razones incomprensibles. Pretendió vender permisos de pesca y caza en un territorio ingobernable.

Quiso cobrar derecho de usufructo a los recolectores de leña que juntaban madera húmeda en una selva más antigua que todos los Estados, y en un arresto de celo cívico mandó construir una choza de cañas para encerrar a los borrachos que se negaban a pagar las multas por alteración del orden público.

Su paso provocaba miradas despectivas, y su sudor abonaba el odio de los lugareños. El anterior dignatario, en cambio, sí fue un hombre querido. Vivir y dejar vivir era su lema. A él le debían las llegadas del barco y las visitas del correo y del dentista, pero duró poco en el cargo.

Cierta tarde mantuvo un altercado con unos buscadores de oro, y a los dos días lo encontraron con la cabeza abierta a machetazos y medio devorado por las hormigas.




Victor Hugo: El Rin

No soy nada, lo sé; pero completo mi nada con un poco de todo

lunes, 14 de noviembre de 2011

José Ortega y Gasset: El espectador



" La verdad, lo real, el universo, la vida - como queráis llamarlo - se quiebra en facetas innumerables, en vertientes sin cuento, cada una de las cuales da hacia un individuo. Si éste ha sabido ser fiel a su punto de vista, si ha resistido a la eterna seducción de cambiar su retina por otra imaginaria, lo que ve será un aspecto real del mundo. Y viceversa: cada hombre tiene una misión de verdad. Donde está mi pupila no está otra; lo que de la realidad ve mi pupila no lo ve otra. Somos insustituibles, somos necesarios. Dentro de la humanidad cada raza, dentro de cada raza cada individuo es un órgano de percepción distinto de todos los demás y como un tentáculo que llega a trozos de universo para los otros inasequibles. La realidad, pues, se ofrece en perspectivas individuales. Lo que para uno está en último plano, se halla para otro en primer término. El paisaje ordena sus tamaños y sus distancias de acuerdo con nuestra retina, y nuestro corazón reparte los acentos. La perspectiva visual y la intelectual se complican con la perspectiva de la valoración. "

Miguel de Unamuno: Niebla

" Mientras iba así hablando consigo mismo cruzó con Eugenia sin advertir siquiera el resplandor de sus ojos. La niebla espiritual era demasiado densa. Pero Eugenia, por su parte, sí se fijó en él, diciéndose: "¿Quién será este joven?, ¡no tiene mal porte y parece bien acomodado!" Y es que, sin darse clara cuenta de ello, adivinó a uno que por la mañana la había seguido. Las mujeres saben siempre cuándo se las mira, aun sin verlas, y cuándo se las ve sin mirarlas.
Y siguieron los dos, Augusto y Eugenia, en direcciones contrarias, cortando con sus almas la enmarañada telaraña espiritual de la calle. Porque la calle forma un tejido en que se entrecruzan miradas de deseo, de envidia, de desdén, de compasión, de amor, de odio, viejas palabras cuyo espíritu quedó cristalizado, pensamientos, anhelos, toda una tela misteriosa que envuelve las almas de los que pasan.
(...)
El amor precede al conocimiento, y este mata a aquel. Nihil volitum quin praecognitum, me enseñó el padre Zaramillo, pero yo he llegado a la conclusión contraria y es que nihil cognitum quin praevolitum. Conocer es perdonar, dicen. No, perdonar es conocer. Primero el amor, el conocimiento después. Pero ¿cómo no vi que me daba mate al descubierto? Y para amar algo, ¿qué basta? ¡Vislumbrarlo! El vislumbre; he aquí la intuición amorosa, el vislumbre en la niebla. Luego viene el precisarse, la visión perfecta, el resolverse la niebla en gotas de agua o en granizo, o en nieve, o en piedra. La ciencia es una pedrea. ¡No, no, niebla, niebla! ¡Quién fuera águila para pasearse por los senos de las nubes! Y ver al sol a través de ellas, como lumbre nebulosa también.
"

Pío Baroja: Mala hierba



" El barrio de las Injurias se despoblaba, iban saliendo sus habitantes hacia Madrid...Era gente astrosa: algunos, traperos; otros, mendigos; otros, muertos de hambre; casi todos de facha repulsiva. Era una basura humana, envuelta en guiñapos, entumecida por el frío y la humedad, la que vomitaba aquel barrio infecto. Era la herpe, la lacra, el color amarillo de la terciana, el párpado retraído, todos los estigmas de la enfermedad y la miseria. "

Julio Cortázar

..."la poesía sigue siendo la mejor posibilidad humana de operar un encuentro que nadie describió mejor que Lautréamont y que puede hacer del hombre el laboratorio central de donde alguna vez saldrá lo definitivamente humano, a menos que antes no nos hayamos ido todos al quinto carajo".

Azorín: El escritor

AzorínEl escritor

" Absolutamente nada. Nada que se salga del carril cotidiano. La vida fluye incesable y uniforme; duermo, trabajo, discurro por Madrid, hojeo al azar un libro nuevo, escribo bien o mal -seguramente mal- con fervor o con desmayo. De rato en rato me tumbo en un diván y contemplo el cielo, añil y ceniza. ¿ Y por qué había de saltar de improviso el evento impensado? Trabajemos día tras día ¿Dónde está nuestro Leteo? En el afán diario. O acaso, a través de la obra hacemos ese dolor más delicado. ¡ Cincuenta años escribiendo... Desde los tres quinquenios con la pluma en la mano. Impetu, fervor, perseverancia, entusiasmo... Ha pasado mucho tiempo y los años cargan sobre mis hombros... Todo lo que asciende, desciende... Cuando podemos ya esperar, habiendo visto correr tanto tiempo lo ciframos en la obra cumplida. "

FEDERICO GARCÍA LORCA

en la mañana verde quería ser corazón... (F. García Lorca)

martes, 8 de noviembre de 2011

DULCE CHACÓN: "La voz dormida"


La mujer que iba a morir se llamaba Hortensia. Tenía los ojos oscuros y no
hablaba nunca en voz alta. Sólo cuando la risa le llenaba la boca, se le
escapaba
un Ay madre mía de mi vida que aún no había aprendido a controlar, y lo
repetía casi a gritos sujetándose el vientre. Se pasaba gran parte del día
escribiendo
en un cuaderno azul. Llevaba el cabello largo, anudado en una trenza que le
recorría la espalda, y estaba embarazada de ocho meses.

Ya se había acostumbrado a hablar en voz baja, con esfuerzo, pero se había
acostumbrado. Y había aprendido a no hacerse preguntas, a aceptar que la
derrota
se cuela en lo hondo, en lo más hondo, sin pedir permiso y sin dar
explicaciones. Y tenía hambre, y frío, y le dolían las rodillas, pero no
podía parar
de reír.

Reía.
Reía porque Elvira, la más pequeña de sus compañeras, había rellenado un
guante con garbanzos para hacer la cabeza de un títere, y el peso le impedía
manipularlo.
Pero no se rendía. Sus dedos diminutos luchaban con el guante de lana, y su
voz, aflautada para la ocasión, acompañaba la pantomima para ahuyentar el
miedo.

El miedo de Elvira. El miedo de Hortensia. El miedo de las mujeres que
compartían la costumbre de hablar en voz baja. El miedo en sus voces. Y el
miedo
en sus ojos huidizos, para no ver la sangre. Para no ver el miedo, huidizo
también, en los ojos de sus familiares.

Era día de visita. La mujer que iba a morir no sabía que iba a morir.
El muñeco de Elvira vuelve a ser guante en su mano derecha. Hortensia lo
contempla, sin dejar de acariciarse el vientre y procurando que Elvira no
advierta
su mirada. Un guante. Un solo guante, un guante diminuto tejido por las
manos amorosas de una madre puede convertirse en desconsuelo si no se anda
con
precaución, si la cautela deja de ser compañera de viaje por un descuido,
por un instante, el tiempo suficiente para que un rostro se vuelva, para que
unos ojos vean lo que hubiera sido mejor que no vieran.

Hortensia se encontraba junto a Elvira en el locutorio, una habitación con
un pasillo central flanqueado por vallas tupidas y metálicas. Por el
interior
del pasillo caminaba una funcionaria vigilando a las internas y a sus
familiares. A Elvira la visitaba su abuelo y a Hortensia su hermana, Pepa.
Ninguno
de los cuatro acertaba a oír nada. Hortensia gesticulaba para que su hermana
entendiera que su embarazo no le causaba molestias. Articulaba las palabras
precisas, una a una, las justas, despacio, para que Pepa llevara a su marido
muchos besos de su parte. Y se abrazaba a sí misma para enviarle un abrazo.
La algarabía de los visitantes no permitía que Hortensia escuchara lo que su
hermana se afanaba en decirle. A gritos, Pepa intentaba ponerla al corriente
de que aún no habían fijado la fecha de su juicio.

-Que todavía no se sabe cuándo saldrá tu juicio.
-¿Qué?
-El juicio, que no se sabe nada.

Hortensia se agarró a la alambrada que cercaba el pasillo que la separaba de
Pepa. Pepa se agarró a la alambrada de enfrente para acercarse más a ella;
fue entonces cuando ambas vieron a la guardiana que recorría el pasillo
girar la cabeza, y detener su mirada en el guante de Elvira.

Los garbanzos de la cabeza del títere aún estaban manchados de sangre.
Elvira deshizo el muñeco ante los ojos sorprendidos de su abuelo, que
observaba desde
el otro lado del pasillo. Alzó el guante. La guardiana pasó de largo,
suponiendo que la joven divertía a su abuelo con un juego, y continuó
recorriendo
el pasillo con paso firme y las manos enlazadas en la espalda. Cuando la
funcionaria estuvo suficientemente alejada de ella, Elvira sacó los
garbanzos
manchados de sangre y se señaló las rodillas.

La distancia y la penumbra impidieron que el anciano viera las heridas de su
nieta, aún abiertas.

La guardiana se detiene en seco. Gira la cabeza. Endurece el gesto. Grita:
¡Elvira, atrás! Reanuda la marcha lentamente y se dirige hacia Elvira
apretando
los labios en un mohín disfrazado de sonrisa. Retuerce los dedos sin retirar
las manos de la espalda y vuelve a gritar:

-¡Elvira, atrás!
Elvira da un paso hacia atrás, justo cuando la guardiana golpea la alambrada
con su palma izquierda, a la altura del rostro de Elvira.

-La visita ha terminado para usted. Retírese a su galería y espéreme allí. Y
añade, sin gritar, dirigiéndose al abuelo de Elvira:

-Márchese.

Fragmento del primer capítulo de "La voz dormida"

lunes, 7 de noviembre de 2011

Libro del desasosiego. Fernando Pessoa


"Quien vive como yo no muere: se acaba, se marchita, se desvegeta. El sitio donde estuvo sigue sin él estar allí, la calle por donde caminaba sigue sin que él sea visto en ella, la casa que habitaba es habitada por no él."

viernes, 4 de noviembre de 2011

“La lluvia amarilla”, Julio Llamazares

“A veces, uno cree que todo lo ha olvidado, que el óxido y el polvo de los años han destruído ya completamente lo que, a su voracidad, un día confiamos. Pero basta un sonido, un olor, un tacto repentino e inesperado, para que, de repente, el aluvión del tiempo caiga sin compasión sobre nosotros y la memoria se ilumine con el brillo y la rabia de un relámpago”.

jueves, 3 de noviembre de 2011

“Beatriz y los cuerpos celestes”, Lucía Etxebarría

“No intentes enterrar el dolor: se extenderá a través de la tierra, bajo tus pies; se filtrará en el agua que hayas de beber y te envenenará la sangre. Las heridas se cierran, pero siempre quedan cicatrices más o menos visibles que volverán a molestar cuando cambie el tiempo, recordándote en la piel su existencia, y con ella el golpe que las originó. Y el recuerdo del golpe afectará a decisiones futuras, creará miedos inútiles y tristezas arrastradas, y tú crecerás como una criatura apagada y cobarde. ¿Para qué intentar huir y dejar atrás la ciudad donde caíste? ¿Por la vana esperanza de que en otro lugar, en un clima más benigno, ya no te dolerán las cicatrices y beberás un agua más limpia? A tu alrededor se alzarán las mismas ruinas de tu vida, porque allá donde vayas llevarás a la ciudad contigo. No hay tierra nueva ni mar nuevo, la vida que has malogrado, malograda queda en cualquier parte del mundo”.

“Libertad bajo palabra”: Octavio Paz

Hay una noche, un día,
un tiempo hueco, sin testigos,
sin lágrimas, sin fondo, sin olvidos,
una noche de uñas y silencio,
páramo sin orillas,
isla de yelo entre los días,
una noche sin nadie
sino su soledad multiplicada.
Se regresa de unos labios
nocturnos, fluviales,
lentas orillas de coral y savia,
de un deseo, erguido
como la flor bajo la lluvia, insomne,
collar de fuego al cuello de la noche,
o se regresa de uno mismo a uno mismo,
y entre espejos impávidos un rostro
me repite a mi rostro, un rostro
que enmascara a mi rostro.
Frente a los juegos fatuos del espejo
mi ser es pira y es ceniza,
respira y es ceniza,
y ardo y me quemo y resplandezco y miento
un yo que empuña, muerto,
una daga de humo que le finge
la evidencia de sangre de la herida,
y un yo, mi yo penúltimo,
que sólo pide olvido, sombra, nada,
final mentira que le enciende y quema.
De una máscara a otra
hay siempre un yo penúltimo que pide.
Y me hundo en mi mismo y no me toco.

“Rayuela”, Julio Cortázar

Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí, para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender, coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.
Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca, y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos, el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo de aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.

Alejandra Pizarnik, Diarios

Esto de definir el mal, esto de definir. Esto del desesperar del lenguaje por culpa del maldito vicio de la definición.
Alejandra Pizarnik, en Diarios

Paul Auster, Brooklyn Follies

"Sí, supongo que sí. Y acabarías lamentándolo durante todos los días de tu vida. No vayas por ese camino, Joyce. Intenta encajar los golpes. Lleva la cabeza alta. Que no te tomen el pelo. Vota a los demócratas en todas las elecciones. Pasea en bici por el parque. Sueña con mi cuerpo inigualable y perfecto. Toma vitaminas. Bebe ocho vasos de agua al día. Apoya a los Mets. Ve mucho al cine. No te mates a trabajar. Haz un viaje conmigo a París. Ven al hospital cuando Rachel tenga al niño y coge en brazos a mi nieto. Cepíllate los dientes después de cada comida. No cruces la calle con el semáforo en rojo. Defiende al débil. Hazte valer. Recuerda lo hermosa que eres. Acuérdate de lo mucho que te quiero. Bebe un whisky con hielo todos los días. Respira profundamente. Mantén los ojos abiertos. No comas grasas. Sueña el sueño de los justos. Recuerda cuánto te quiero". 



"Yes, I suppose you could. And you'd wind up regretting it every day for the rest of your life. Don't go there Joyce. Try to roll with the punches. Keep your chin up. Don't take any wooden nickels. Vote Democrat in every election. Ride you bike in the park. Dream about my perfecto, golden body. Take your vitamins. Drink eight glasses of water a day. Pull for the Mets. Watch a lot of movies. Don't work too hard at your job. Take a trip to Paris with me. Come to the hospital when Rachel has her baby and hold my grandchild in your arms. Brush you teeth after every meal. Don't cross the street on a red light. Defend the little guy. Stick up for yourself. Remember how beatyful you are. Remember how much I love you. Drink one Scotch on the rocks every day. Beathe deeply. Keep you eyes open. Stay away from fatty foods. Sleep the sleep of the just. Remember how much I love you."





"Cien sonetos", Pablo Neruda

Soneto V



No te toque la noche ni el aire ni la aurora,
sólo la tierra, la virtud de los racimos,
las manzanas que crecen oyendo el agua pura,
el barro y las resinas de tu país fragante.

Desde Quinchamalí donde hicieron tus ojos
hasta tus pies creados para mí en la Frontera
eres la greda oscura que conozco:
en tus caderas toco de nuevo todo el trigo.

Tal vez tú no sabías, araucana,
que cuando antes de amarte me olvidé de tus besos
mi corazón quedó recordando tu boca,

y fui como un herido por las calles
hasta que comprendí que había encontrado,
amor, mi territorio de besos y volcanes.

‘El nombre de la Rosa’, Umberto Eco

“Nada hay en el mundo, ni hombre ni diablo ni cosa alguna, que sea para mí tan sospechoso como el amor, pues éste penetra en el alma más que cualquier otra cosa. Nada hay que ocupe y ate más al corazón que el amor. Por eso, cuando no dispone de armas para gobernarse, el alma se hunde, por el amor, en la más honda de las ruinas.”

“Irse de casa”: Carmen Martín Gaite

“Es curioso, uno así mismo siempre se reconoce por los ojos, porque en ellos es donde anida ese miedo a dejarse de reconocer, a haber perdido algún eslabón de la propia herencia, el miedo es lo que une el yo de ahora con los de antes, un ansia de pesquisa que imprime al rostro la expresión más incondicional, como una lucecita al fondo de la pupila".

Paulo Coelho

Siempre es preciso saber cuándo se acaba una etapa de la vida. Si insistes en permanecer en ella más allá del tiempo necesario, pierdes la alegría y el sentido del resto. Cerrando círculos, o cerrando puertas, o cerrando capítulos, como quieras llamarlo. Lo importante es poder cerrarlos, y dejar ir momentos de la vida que se van clausurando.
¿Terminó tu trabajo?, ¿Se acabó tu relación?, ¿Ya no vives más en esa casa?, ¿Debes irte de viaje?, ¿La relación se acabó? Puedes pasarte mucho tiempo de tu presente “revolcándote” en los por qué, en devolver el cassette y tratar de entender por qué sucedió tal o cual hecho. El desgaste va a ser infinito, porque en la vida, tú, yo, tu amigo, tus hijos, tus hermanos, todos y todas estamos encaminados hacia ir cerrando capítulos, ir dando vuelta a la hoja, a terminar con etapas, o con momentos de la vida y seguir adelante.
No podemos estar en el presente añorando el pasado. Ni siquiera preguntándonos por qué. Lo que sucedió, sucedió, y hay que soltarlo, hay que desprenderse. No podemos ser niños eternos, ni adolescentes tardíos, ni empleados de empresas inexistentes, ni tener vínculos con quien no quiere estar vinculado a nosotros. ¡Los hechos pasan y hay que dejarlos ir!
Por eso, a veces es tan importante destruir recuerdos, regalar presentes, cambiar de casa, romper papeles, tirar documentos, y vender o regalar libros.
Los cambios externos pueden simbolizar procesos interiores de superación.
Dejar ir, soltar, desprenderse. En la vida nadie juega con las cartas marcadas, y hay que aprender a perder y a ganar. Hay que dejar ir, hay que dar vuelta a la hoja, hay que vivir sólo lo que tenemos en el presente…
El pasado ya pasó. No esperes que te lo devuelvan, no esperes que te reconozcan, no esperes que alguna vez se den cuenta de quién eres tú… Suelta el resentimiento. El prender “tu televisor personal” para darle y darle al asunto, lo único que consigue es dañarte lentamente, envenenarte y amargarte.
La vida sigue hacia adelante, nunca hacia atrás. Si andas por la vida dejando “puertas abiertas” por si acaso, nunca podrás desprenderte ni vivir lo de hoy con satisfacción. ¿Noviazgos o amistades que no clausuran?, ¿Posibilidades de regresar? (¿a qué?), ¿Necesidad de aclaraciones? , ¿Palabras que no se dijeron?, ¿Silencios que lo invadieron? Si puedes enfrentarlos ya y ahora, hazlo, si no, déjalos ir, cierra capítulos. Dite a ti mismo que no, que no vuelven. Pero no por orgullo ni soberbia, sino, porque tú ya no encajas allí en ese lugar, en ese corazón, en esa habitación, en esa casa, en esa oficina, en ese oficio.
Tú ya no eres el mismo que fuiste hace dos días, hace tres meses, hace un año. Por lo tanto, no hay nada a qué volver. Cierra la puerta, da vuelta a la hoja, cierra el círculo. Ni tú serás el mismo, ni el entorno al que regresas será igual, porque en la vida nada se queda quieto, nada es estático. Es salud mental, amor por ti mismo, desprender lo que ya no está en tu vida.
Recuerda que nada ni nadie es indispensable. Ni una persona, ni un lugar, ni un trabajo. Nada es vital para vivir porque cuando tú viniste a este mundo, llegaste sin ese adhesivo. Por lo tanto, es costumbre vivir pegado a él, y es un trabajo personal aprender a vivir sin él, sin el adhesivo humano o físico que hoy te duele dejar ir.
Es un proceso de aprender a desprenderse y, humanamente se puede lograr, porque te repito: nada ni nadie nos es indispensable. Sólo es costumbre, apego, necesidad. Por eso cierra, clausura, limpia, tira, oxigena, despréndete, sacúdete, suéltate.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

“La niña que coleccionaba estrellas”

«Sonríe, como si tus labios se fueran a sellar.
Canta, como si tus cuerdas vocales estuvieran a punto de consumirse.
Escucha, como quien nunca tiene prisa por responder.
Goza, como quien no teme lo que vaya a venir después.
Siente, como quien sabe que no pierde nada por sentir.
Perdona, como si ya no fueras a tener otra oportunidad.
Ama, como si tu corazón no pudiera aguantar sin darse entero.
Y entrégate, como si mañana fuera el último día.»

Pessoa


El misterio de las cosas, Dónde está?
Si apareciese, al menos,
para mostrarnos que es misterio
qué sabe de esto el río, qué sabe el árbol?
Y yo, que no soy más, qué se yo?
Siempre que veo las cosas
y pienso en lo que los hombres piensan de ellas,
río con el fresco sonido del río sobre la piedra.

El único sentido de las cosas
es no tener sentido oculto.
más raro que todas las rarezas,
más que los sueños de los poetas
y los pensamientos de los filósofos,
es que las cosas sean realmente lo que parecen ser
y que no haya nada que comprender.

Sí, eso es lo único que aprendieron solos mis sentidos:
las cosas no tienen significación, tienen existencia.
las cosas son el único sentido oculto de las cosas.

“Decirte adiós”: Philippe Besson

“Las palabras sin destinatario no son verdaderamente palabras. Si no tienen eco, se pierden. Es como si nunca hubiesen existido. Es como escribir al viento, al desierto, al abismo. Si nadie me escucha, más vale seguir callada. Alguien debe escucharme. ¿ y quién mejor que tú?”

“La mecánica del corazón”: Mathias Malzieu

“Mi corazón sigue acelerado, me cuesta retomar el aliento. Tengo la impresión de que el  reloj se hincha y va a salir expulsado por mi garganta. ¿Qué tiene esta muchacha que me  provoca estos sentimientos?¿Está hecha de chocolate? Pero ¿qué me ocurre?  Intento mirarla a los ojos, pero no puedo dejar de admirar su hermosa boca. No  sospechaba que uno pudiera pasarse tanto tiempo observando una boca”.

Más allá del amor: OCTAVIO PAZ

Todo nos amenaza:
el tiempo, que en vivientes fragmentos divide
al que fui
del que seré,
como el machete a la culebra;
la conciencia, la transparencia traspasada,
la mirada ciega de mirarse mirar;
las palabras, guantes grises, polvo mental sobre la yerba,
el agua, la piel;
nuestros nombres, que entre tú y yo se levantan,
murallas de vacío que ninguna trompeta derrumba.
Ni el sueño y su pueblo de imágenes rotas,
ni el delirio y su espuma profética,
ni el amor con sus dientes y uñas nos bastan.
Más allá de nosotros,
en las fronteras del ser y el estar,
una vida más vida nos reclama.
Afuera la noche respira, se extiende,
llena de grandes hojas calientes,
de espejos que combaten:
frutos, garras, ojos, follajes,
espaldas que relucen,
cuerpos que se abren paso entre otros cuerpos.
Tiéndete aquí a la orilla de tanta espuma,
de tanta vida que se ignora y se entrega:
tú también perteneces a la noche.
Extiéndete, blancura que respira,
late, oh estrella repartida,
copa,
pan que inclinas la balanza del lado de la aurora,
pausa de sangre entre este tiempo y otro sin medida.

"Perdona si te llamo amor". Federico Moccia.

Si estás y escoges quedarte, recuerda entonces las cosas que no sabes, sujétalas bien, no las dejes escapar, llegará el día en que puedas saberlas.

Si estás y sabes cómo amar, recuerda entonces las cosas que das, mantenlas del otro lado, no las hagas regresar, llegará el día en que puedas volver a tenerlas.

Si estás, y piensas marcharte, recuerda entonces las cosas que quieres, mantenlas vivas, no las dejes callar, llegará el día en que las merezcas.

El amor no es y no puede ser simple afecto. No se trata de costumbre o de amabilidad. El amor es locura,es el corazón que late a dos mil por hora, la luz que surge de noche en pleno atardecer, las ganas de despertarse por la mañana sólo para mirarse a los ojos. El amor es ese grito que ahoga la llama y le hace comprender que es hora de cambiar....

Y caen las hojas, y parecen soles, y cae la nieve de espuma sobre el mar. Y dos están tan juntos que parece un final.

viernes, 28 de octubre de 2011

JUAN RAMÓN JIMÉNEZ

¡Ese día, ese día
en que la muerte - ¡negras olas! – ya no me corteje

- y yo sonría ya, sin fin, a todo! [...]

Platero y yo: Juan Ramón Jiménez

Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.
Lo dejo suelto y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas... Lo llamo dulcemente: "¿Platero?", y viene a mí con un trotecillo alegre que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal...
Come cuanto le doy. Le gustan las naranjas mandarinas, las uvas moscateles, todas de ámbar; los higos morados, con su cristalina gotita de miel...

Es tierno y mimoso igual que un niño, que una niña...; pero fuerte y seco por dentro, como de piedra... Cuando paseo sobre él, los domingos, por las últimas callejas del pueblo, los hombres del campo, vestidos de limpio y despaciosos, se quedan mirándolo:

- Tien’ asero...
Tiene acero. Acero y plata de luna, al mismo tiempo.

Manuel Azaña: El jardín de los frailes

" El fervor religioso adquiría fácilmente en nuestra edad y con nuestros hábitos, giro de padecimiento, con más fantasía, hubiésemos demolido el monasterio para ordenar en otra forma sus piedras. (...) Adquiríamos un extracto del saber; resumido en conclusiones edificantes; los frailes las obtenían manipulando el archivo de las cosas que ignorábamos y siempre habríamos de ignorar; no éramos llamados a saberlas. Alicortar la ambición intelectual parecía el supuesto de los estudios (...) España, si no campea por la Iglesia, se destruye. Los luteranos, desde fuera, no la vencieron. (...) Todo está inventado, puestas las normas: gobernar como Cisneros; escribir como Cervantes; y hallándose frente al mundo en actitud litigante desposeído por la fuerza del bien que le pertenece, meterse en un rincón a devorar el reconcomio, no tratarse con nadie; pedir para los émulos victoriosos el mayor mal posible. (...) Vino a consolarme la hombría natural del pueblo. Aboliendo los falsos dioses, mis quejas ya no sonaron a blasfemias. Me puse —dicho sea en dos palabras— del lado de los patanes, enfrente de los caballeros. La vena popular me traía una imagen literaria acorde con la piedad. "

La elección en amor: José Ortega y Gasset

Al hombre (...) le «gustan» casi todas las mujeres que pasan cerca de él. Esto permite destacar más el carácter de profunda elección que posee el amor. Basta para ello con no confundir el gusto y el amor. La buena moza transeúnte produce una irritación en la periferia de la sensibilidad varonil, mucho más impresionable -sea dicho en su honor- que la de la mujer. Esta irritación provoca automáticamente un primer movimiento de ir hacia ella. Tan automática, tan mecánica es esta reacción, que ni siquiera la Iglesia se atreve a considerarla como figura de pecado. La Iglesia ha sido en otro tiempo excelente psicóloga y es una pena que se haya quedado retrasada en los dos últimos siglos. Ello es que, clarividente, reconocía la inocencia de todos los «primeros movimientos». Así, este de sentirse el varón atraído, arrastrado hacia la mujer que taconea delante de él. Sin ello no habría nada de lo demás -ni lo malo ni lo bueno, ni el vicio ni la virtud-. Sin embargo, la expresión «primer movimiento» no dice todo lo que debiera. Es «primero» porque parte de la periferia misma donde se ha recibido la incitación, sin que en él tome parte lo interno de la persona.

Y, en efecto, a esa atracción que casi toda mujer ejerce sobre el hombre y que viene a ser como la llamada que el instinto hace al centro profundo de nuestra personalidad, no suele seguir respuesta, o sigue sólo respuesta negativa. La habría positiva cuando de ese centro personalísimo brotase un sentimiento de adscripción a lo que acaba de atraer nuestra periferia. Tal sentimiento, cuando surge, liga el centro o eje de nuestra alma a aquella sensación externa; o dicho de otro modo: no sólo somos atraídos en nuestra periferia, sino que vamos por nuestro pie hacia esa atracción, ponemos en ella nuestro ser todo. En suma: no sólo somos atraídos, sino que nos interesamos. Lo uno se diferencia de lo otro como el ser arrastrado del ir uno por sí mismo.

Este interés es el amor, que actúa sobre las innumerables atracciones sentidas, eliminando la mayor parte y fijándonos sólo en alguna. Produce, pues, una selección sobre el área amplísima del instinto, cuyo papel queda así reconocido y a la vez limitado. Que el instinto sexual es ya de por sí selectivo fue una de las grandes ideas de Darwin. El amor sería una segunda potencia de selección mucho más rigurosa. Nada es más necesario, para esclarecer un poco los hechos del amor, que definir con algún rigor la intervención en ellos del instinto sexual. Si es una tontería decir que el verdadero amor del hombre a la mujer, y viceversa, no tiene nada de sexual, es otra tontería creer que amor es sexualidad. Entre otros muchos rasgos que los diferencian, hay éste, fundamental, de que el instinto tiende a ampliar indefinidamente el número de objetos que lo satisfacen, al paso que el amor tiende al exclusivismo. Esta oposición de tendencias se manifiesta claramente en el hecho de que nada inmunice tanto al varón para otras atracciones sexuales como el amoroso entusiasmo por una determinada mujer.

Es, pues, el amor, por su misma esencia, elección. Y como brota del centro personal, de la profundidad anímica, los principios selectivos que la deciden son a la vez las preferencias más íntimas y arcanas que forman nuestro carácter individual.

José Ortega y Gasset: El espectador (fragmento)

" La verdad, lo real, el universo, la vida - como queráis llamarlo - se quiebra en facetas innumerables, en vertientes sin cuento, cada una de las cuales da hacia un individuo. Si éste ha sabido ser fiel a su punto de vista, si ha resistido a la eterna seducción de cambiar su retina por otra imaginaria, lo que ve será un aspecto real del mundo. Y viceversa: cada hombre tiene una misión de verdad. Donde está mi pupila no está otra; lo que de la realidad ve mi pupila no lo ve otra. Somos insustituibles, somos necesarios. Dentro de la humanidad cada raza, dentro de cada raza cada individuo es un órgano de percepción distinto de todos los demás y como un tentáculo que llega a trozos de universo para los otros inasequibles. La realidad, pues, se ofrece en perspectivas individuales. Lo que para uno está en último plano, se halla para otro en primer término. El paisaje ordena sus tamaños y sus distancias de acuerdo con nuestra retina, y nuestro corazón reparte los acentos. La perspectiva visual y la intelectual se complican con la perspectiva de la valoración. "

miércoles, 26 de octubre de 2011

ROSALÍA DE CASTRO: A la Felicidad

A la Felicidad
Yo no sé lo que busco eternamente
en la tierra, en el aire y en el cielo;
yo no sé lo que busco; pero es algo
que perdí no sé cuándo y que no encuentro,
aun cuando sueñe que invisible habita
en todo cuanto toco y cuanto veo.
Felicidad, no he de volver a hallarte
en la tierra, en el aire, ni en el cielo,
¡aun cuando sé que existes
y no eres vano sueño!

Gustavo A. Bécquer

Olas gigantes que os rompéis bramando
en las playas desiertas y remotas,
envuelto entre la sábana de espumas,
¡llevadme con vosotras!
Ráfagas de huracán, que arrebatáis
del alto bosque las marchitas hojas,
arrastrando en el cielo torbellino,
¡llevadme con vosotras!
Nubes de tempestad que rompe el rayo
y en fuego ornáis las desprendidas orlas,
arrebatado entre la niebla oscura,
¡llevadme con vosotras!
Llevadme, por piedad, adonde el vértigo
con la razón me arranque la memoria...
¡Por piedad!... ¡Tengo miedo de quedarme
con mi dolor a solas!


La colmena (Camilo José Cela)

Doña RosaDoña Rosa va y viene por entre las mesas del Café, tropezando a los clientes con su tremendo trasero. Doña Rosa dice con frecuencia "leñe" y "nos ha merengao". Para doña Rosa, el mundo es un Café, y alrededor de su Café, todo lo demás. Hay quien dice que a doña Rosa le brillan los ojillos cuando viene la primavera y las muchachas empiezan a andar de manga corta. Yo creo que todo eso son habladurías: doña Rosa no hubiera soltado jamás un buen amadeo de plata por nada de este mundo. Ni con primavera ni sin ella. A doña rosa lo que le gusta es arrastrar sus arrobas, sin más ni más, por entre las mesas...Doña Rosa tiene la cara llena de manchas, parece que está siempre mudando la piel como un lagarto. Cuando está pensativa, se distrae y se saca virutas de la cara, largas a veces como tiras de serpentinas. Después vuelve a la realidad y se pasea otra vez, para arriba y para abajo, sonriendo a los clientes, a los que odia en el fondo, con sus dientecillos renegridos, llenos de basura...

La familia de Pascual Duarte: Camilo José Cela

Tenía un perrilla perdiguera -la Chispa-, medio ruin, medio bravía, pero que se entendía muy bien conmigo; con ella me iba muchas mañanas hasta la Charca, a legua y media del pueblo hacia la raya de Portugal, y nunca nos volvíamos de vacío para la casa. Al volver, la perra se me adelantaba y me esperaba siempre junto al cruce; había allí una piedra redonda y achatada como una silla baja, de la que guardo tan grato recuerdo como de cualquier persona; mejor, seguramente, que el que guardo de muchas de ellas. (...) La perrilla, se sentaba enfrente de mí, sobre sus dos patas de atrás, y me miraba, con la cabeza ladeada, con sus dos ojillos castaños muy despiertos; yo le hablaba y ella, como si quisiera entenderme mejor, levantaba un poco las orejas; cuando me callaba aprovechaba para dar unas carreras detrás de los saltamontes, o simplemente para cambiar de postura. Cuando me marchaba, siempre, sin saber por qué, había de volver la cabeza hacia la piedra, como para despedirme, y hubo un día que debió parecerme tan triste por mi marcha, que no tuve más suerte que volver mis pasos a sentarme de nuevo... La perra volvió a echarse frente a mí y volvió a mirarme; ahora me doy cuenta de que tenía la mirada de los confesores, escrutadora y fría, como dicen que es la de los linces... Un temblor recorrió todo mi cuerpo; parecía como una corriente que forzaba por salirme por los brazos. El pitillo se me había apagado; la escopeta de un solo caño, se dejaba acariciar, lentamente, entre mis piernas. La perra seguía mirándome fija, como si no me hubiera visto nunca, como si fuese a culparme de algo de un momento a otro, y su mirada me calentaba la sangre de las venas de tal manera que se veía llegar el momento en que tuviese que entregarme; hacía calor, un calor espantoso, y mis ojos se entornaban dominados por el mirar, como un clavo, del animal...Cogí la escopeta y disparé; volví a cargar y volví a disparar. La perra tenía una sangre oscura y pegajosa que se extendía poco a poco por la tierra.

Nada: Carmen Laforet

Por dificultades en el último momento para adquirir billetes, llegué a Barcelona a medianoche, en un tren distinto del que había anunciado, y no me esperaba nadie.Era la primera noche que viajaba sola, pero no estaba asustada; por el contrario, no parecía una aventura agradable y excitante aquella profunda libertad en la noche. La sangre, después del viaje largo y cansado, me empezaba a circular en las piernas entumecidas y con una sonrisa de asombro miraba la gran estación de Francia y los grupos que estaban aguardando el expreso y los que llegábamos con tres horas de retraso.El olor especial, el gran rumor de la gente, las luces siempre tristes, tenían para mí un gran encanto, ya que envolvía todas mis impresiones en la maravilla de haber llegado por fin a una ciudad grande, adorada en mis ensueños por desconocida.Empecé a seguir -una gota entre la corriente- el rumbo de la masa humana que, cargada de maletas, se volcaba en la salida. Mi equipaje era un maletón muy pesado -porque estaba casi lleno de libros- y lo llevaba yo misma con toda la fuerza de mi juventud y de mi ansiosa expectación.Un aire marino, pesado y fresco, entró en mis pulmones con la primera sensación confusa de la ciudad: una masa de casas dormidas; de establecimientos cerrados; de faroles como centinelas borrachos de soledad. Una respiración grande, dificultosa, venía con el cuchicheo de la madrugada. Muy cerca, a mi espalda, enfrente de las callejuelas misteriosas que conducen al Borne, sobre mi corazón excitado, estaba el mar.

Rafael Alberti: DEL MAR

Subes del mar, entras del mar ahora.
Mis labios sueñan ya con tus sabores.
Me beberé tus algas, los licores
de tu más escondida, ardiente flora.

Conmigo no podrá la lenta aurora,
pues me hallará prendido a tus alcores,
resbalando por dulces corredores
a ese abismo sin fin que me devora.

Ya estás del mar aquí, flor sacudida,
estrella revolcada, descendida
espuma seminal de mis desvelos.

Vuélcate, estírate, tiéndete, levanta,
éntrate toda entera en mi garganta,
y para siempre vuélame a tus cielos.

Miguel de Cervantes: LETRAS

Es el fin y paradero de las letras, y no hablo ahora de las divinas, que tienen por blanco llevar y encaminar las almas al cielo, que a un fin tan sin fin como este ninguno otro se le puede igualar, hablo de las letras humanas, que es su fin poner en su punto la justicia distributiva y dar a cada uno lo que es suyo, entender y hacer que las buenas leyes se guarden.


Miguel de Cervantes

Lope de Vega: Ya no quiero más bien que sólo amaros

Ya no quiero más bien que sólo amarosni más vida, Lucinda, que ofrecerosla que me dais, cuando merezco veros,ni ver más luz que vuestros ojos claros. Para vivir me basta desearos,para ser venturoso conoceros,para admirar el mundo engrandecerosy para ser Eróstrato abrasaros.  La pluma y lengua respondiendo a corosquieren al cielo espléndido subirosdonde están los espíritus más puros.Que entre tales riquezas y tesorosmis lágrimas, mis versos, mis suspirosde olvido y tiempo vivirán seguros.

Educar, GABRIEL CELAYA


Educar es...

"Educar es lo mismo
que poner un motor a una barca...
hay que medir, pensar, equilibrar...
... y poner todo en marcha.

Pero para eso,
uno tiene que llevar en el alma
un poco de marino...
un poco de pirata...
un poco de poeta...
y un kilo y medio de paciencia concentrada.

Pero es consolador soñar
mientras uno trabaja,
que ese barco, ese niño
irá muy lejos por el agua.
Soñar que ese navío
llevará nuestra carga de palabras
hacia puertos distantes, hacia islas lejanas.

Soñar que cuando un día
esté durmiendo nuestra propia barca,
en barcos nuevos seguirá
nuestra bandera enarbolada."
Gabriel Celaya

jueves, 20 de octubre de 2011

Mario Benedetti: Estados de ánimo

" A veces me siento
como un águila en el aire.

Unas veces me siento
como pobre colina
y otras como montaña
de cumbres repetidas.

Unas veces me siento
como un acantilado
y en otras como un cielo
azul pero lejano.

A veces uno es
manantial entre rocas
y otras veces un árbol
con las últimas hojas.
Pero hoy me siento apenas
como laguna insomne
con un embarcadero
ya sin embarcaciones
una laguna verde
inmóvil y paciente
conforme con sus algas
sus musgos y sus peces,
sereno en mi confianza
confiando en que una tarde
te acerques y te mires,
te mires al mirarme. "

Ernest Hemingway - Por quién doblan las campanas


Basta ya de hablar de estas cosas, se dijo, y de la muerte. Ésa no es manera de hablar. Ése es el lenguaje de nuestros amigos los anarquistas. Siempre que las cosas van mal, tienen ganas e prender fuego a algo y morir después.

Julio Cortázar - Rayuela


Oh emperatriz de los farmacéuticos, ten piedad de los afofados, los afrontilados, los agalbanados y los aforados que se afufan.
Julio Cortázar ( Argentina, 1914- 1984 ) Texto tomado de "Rayuela"

Lord Byron: Estancias a un aire indostánico

" ¡Oh tú, mi triste y solitaria almohada!,
Tráeme dulces sueños para preservar mi corazón del quebranto,
A cambio de las lágrimas que sobre tí derramé despierto;
No me dejes morir hasta que vuelva sobre esas olas. "

ÉTICA PARA AMADOR. F. SAVATER

" Ya conoces a las termitas, esas hormigas blancas que en África levantan impresionantes hormigueros de varios metros de alto y duros como la piedra. Dado que el cuerpo de las termitas es blando, por carecer de la coraza quitinosa que protege a otros insectos, el hormiguero les sirve de caparazón colectivo contra ciertas hormigas enemigas, mejor armadas que ellas. Pero a veces uno de esos hormigueros se derrumba, por culpa de un riada o de un elefante (a los elefantes le gusta rascarse los flancos contra los termiteros, qué le vamos a hacer). Enseguida, las termitas-obrero se ponen a trabajar para reconstruir su dañada fortaleza, a toda prisa. Y las grandes hormigas enemigas se lanzan al asalto. Las termitas-soldado salen a defender a su tribu e intentan detener a las enemigas. Como ni por tamaño ni por armamento pueden competir con ellas, se cuelgan de las asaltantes intentando frenar todo lo posible su marcha, mientras las feroces mandíbulas de sus asaltantes las van despedazando. Las obreras trabajan con toda celeridad y se ocupan de cerrar otra vez el termitero derruido... pero lo cierran dejando fuera las pobres y heroicas termitas-soldado, que sacrifican sus vidas por la seguridad de las demás. ¿No merecen acaso una medalla, por lo menos? ¿No es justo decir que son valientes?
(…)
A diferencia de otros seres, vivos o inanimados, los hombres podemos inventar y elegir en parte nuestra forma de vida. Podemos optar por lo que nos parece bueno, es decir, conveniente para nosotros, frente a lo que nos parece malo e inconveniente. Y como podemos inventar y elegir, podemos equivocarnos, que es algo que a los castores, las abejas y las termitas no suele pasarles. De modo que parece prudente fijarnos bien en lo que hacemos y procurar adquirir un cierto saber vivir que nos permita acertar. A ese saber vivir, o arte de vivir si se prefiere, es a lo que llamamos ética.
"

ISABEL ALLENDE. EVA LUNA

" Elaboraba la sustancia de sus propios sueños y con esos materiales fabricó un mundo para mí. Las palabras son gratis, decía y se las apropiaba, todas eran suyas. Ella sembró en mi cabeza la idea de que la realidad no es sólo como se percibe en la superficie, también tiene una dimensión mágica y, si a uno se le antoja, es legítimo exagerarla y ponerle color para que el tránsito por esta vida no resulte tan aburrido. 
(...)


Terence White, The Once and Future King

"Lo mejor para la tristeza -contestó Merlín, empezando a soplar y resoplar- es aprender algo. Es lo único que no falla nunca. Puedes envejecer y sentir toda tu anatomía temblorosa; puedes permanecer durante horas por la noche escuchando el desorden de tus venas; puedes echar de menos a tu único amor; puedes ver al mundo a tu alrededor devastado por locos perversos; o saber que tu honor es pisoteado por las cloacas de inteligencias inferiores. Entonces sólo hay una cosa posible: aprender. Aprender por qué se mueve el mundo y lo que hace que se mueva. Es lo único que la inteligencia no puede agotar, ni alienar, que nunca la tortura, que nunca le inspirará miedo ni desconfianza y que nunca soñará con lamentar, de la que nunca se arrepentirá.

Aprender es lo que te conviene.

Mira la cantidad de cosas que puedes aprender: la ciencia pura, la única pureza que existe. Entonces puedes aprender astronomía en el espacio de una vida, historia natural en tres, literatura en seis.

Y entonces después de haber agotado un millón de vidas en biología y medicina y teología y geografía e historia y economía, pues, entonces puedes empezar a hacer una rueda de carreta con la madera apropiada, o pasar cincuenta años aprendiendo a empezar a vencer a tu contrincante en esgrima. Y después de eso, puedes empezar de nuevo con las matemáticas hasta que sea tiempo de aprender a arar la tierra."