" En el más verde de nuestros valles, habitado por los
ángeles buenos, antaño un bello y majestuoso palacio -un radiante
palacio-alzaba su frente. En los dominios del rey Pensamiento, allí se
elevaba. Jamás un serafín desplegó el ala sobre un edificio la mitad de
bello. Banderas amarillas, gloriosas doradas sobre su remate flotaban y
ondeaban (esto, todo esto, sucedía hace mucho, muchísimo tiempo); y a
cada suave brisa que retozaba en aquellos gratos días, a lo largo de los
muros pálidos y empenachados se elevaba un aroma alado. Los que vagaban
por ese alegre valle, a través de dos ventanas iluminadas, veían
espíritus moviéndose musicalmente a los sones de un laúd bien templado,
en torno a un trono donde, sentado (porfirogénito) con un fausto digno
de su gloria, aparecía el señor del reino. Y refulgente de perlas y
rubíes era la puerta del bello palacio por la que salía a oleadas, a
oleadas, a oleadas y centelleaba sin cesar, una turba de Ecos cuya grata
misión era sólo cantar, con voces de magnífica belleza, el talento y el
saber de su rey. Pero seres malvados, con ropajes de luto, asaltaron la
elevada posición del monarca;(ah, lloremos, pues nunca el alba
despuntará sobre él, el desolado) Y en torno a su mansión, la gloria que
rojeaba y florecía es sólo una historia oscuramente recordada de las
viejas edades sepultadas. Y ahora los viajeros, en ese valle, a través
de las ventanas rojizas, ven amplias formas moviéndose fantásticamente
en una desacorde melodía; mientras, cual un rápido y horrible río, a
través de la pálida puerta una horrenda turba se precipita eternamente,
riendo, mas sin sonreír nunca más. "
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