Imagina una palabra, e imagina un millón. Flotan, y vuelan... Imagina una sensación, mientras sueñas, mientras lees. "Quien nunca haya llorado abierta o disimuladamente lágrimas amargas, porque una historia maravillosa acaba y había que decir adiós a personajes con los que había corrido tantas aventuras, a los que quería y admiraba,`por los que había temido y rezado, y sin cuya compañía la vida le parecería vacía y sin sentido..."
viernes, 26 de diciembre de 2014
Rayuela, Julio Cortázar
lunes, 22 de diciembre de 2014
domingo, 21 de diciembre de 2014
jueves, 18 de diciembre de 2014
sábado, 13 de diciembre de 2014
La nieta del señor Linh, Philippe Claudel
Yo la esperaba en este banco todos los días. Ella cerraba el tiovivo a las cinco en invierno y a las siete en verano. La veía salir del parque desde este lado de la calle y ella me ... Yo también le hacía un gesto.
Un Guijarro en el Cielo, Isaac Asimov
Modelo para Armar, Julio Cortázar
Lo que nos salva a todos es una vida tácita, que poco tiene que ver con lo cotidiano o lo astronómico, una influencia espesa que lucha contra la fácil dispersión en cualquier rebeldía más o menos gregarios, una catarata de tortugas que no termina nunca de hacer pie, porque desciende con un movimiento retardado que apenas guarda relación con nuestras identidades de fondo blanco e impresión dígito-pulgar derecho, la vida como algo ajeno pero que lo mismo hay que cuidar, el niño que le dejan a uno mientras la madre va a hacer una diligencia, la maceta con la begonia que regaremos dos veces por semana.
Ningún juego te hará olvidar: tu alma es una máquina fría, unlúcido registro.
Nunca olvidarás nada en un torbellino que arrase lo grande y lo pequeño para tirarte a otro presente.
Dormir, el olvido pequeño.
Una lenta ceremonia incomprensible nos había acercado en la noche desde nuestras infinitas distancias.
No me dormiré, no me dormiré en toda la noche, veré la primera raya del alba en esa ventana de tantos insomnios, sabré que nada ha cambiado.
No se lo diría nunca, que su nombre me llegaba como los perfumes que atraen y repelen a la vez, como la tentación de acariciar el lomo de una ranita dorada sabiendo que el dedo va a tocar la esencia misma de la viscosidad. Cómo decirlo a nadie si tú mismo no podrías saber que la mención de tu nombre, el paso de tu imagen en cualquier recuerdo ajeno me desnuda y me vulnera, me tira en mí misma con ese impudor total que ningún espejo, ningún acto amoroso, ninguna reflexión despiadada pueden pueden dar con tanto encono; que a mi manera te quiero y que ese cariño te condena porque te vuelve mi denunciador, el que por quererme y ser querido me despoja y me desnuda y me hace verme como soy.
Abrazarse interminablemente o con una violencia que los apartaba en el mismo instante, como si del deseo creciera amarga la distancia. Y siempre por debajo, un silencio agazapado donde latía el tiempo enemigo.
jueves, 11 de diciembre de 2014
domingo, 19 de octubre de 2014
Leopoldo María Panero
de todos los favores que pude prometerte
te debo la locura"
W. H. Auden, Epílogo
W.H. Auden (The Dark Years)
viernes, 12 de septiembre de 2014
Henry David Thoreau, Walden (1854).
martes, 9 de septiembre de 2014
Wystan Hugh Auden: Melancolía de funeral
sábado, 6 de septiembre de 2014
Josep Carner
“Es tarde, no me tientan los caminos.
(…)
Se esparce la noche invencible,
mar de islas que son soledades.”
Nicanor Parra, Epitafio
José Ángel Valente
Karmelo C. Iribarren, La ciudad
por los flancos,
adormecerte a lengüetazos
las extremidades,
dejarte así indefensa,
a mí merced,
con tu golosa boca sólo
para defenderte,
para darme la réplica
a mordiscos,
a lengüetazos también.
y entregarte mi fusil.
viernes, 5 de septiembre de 2014
Gabriel García Márquez, el amor en los tiempos del cólera
domingo, 17 de agosto de 2014
Trueque, Mario Benedetti
Trueque
Me das tu cuerpo patria y yo te doy mi río
tú noches de tu aroma / yo mis viejos acechos
tú sangre de tus labios / yo manos de alfarero
tú el césped de tu vértice / yo mi pobre ciprés
me das tu corazón ese verdugo
y yo te doy mi calma esa mentira
tú el vuelo de tus ojos / yo mi raíz al sol
tú la piel de tu tacto / yo mi tacto en tu piel
me das tu amanecida y yo te doy mi ángelus
tú me abres tus enigmas / yo te encierro en mi azar
me expulsas de tu olvido / yo nunca te he olvidado
te vas te vas te vienes / me voy me voy te espero.
viernes, 15 de agosto de 2014
El poema no existe, J. Infante
jueves, 14 de agosto de 2014
Gabriel García Márquez, El amor en los tiempos del cólera (1985)
miércoles, 13 de agosto de 2014
Si el hombre pudiera decir
Si el hombre pudiera decir
Si el hombre pudiera decir lo que ama,
Si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo
Como una nube en la luz;
Si como muros que se derrumban,
Para saludar la verdad erguida en medio,
Pudiera derrumbar su cuerpo, dejando sólo la verdad de su amor,
La verdad de sí mismo,
Que no se llama gloria, fortuna o ambición,
Sino amor o deseo,
Yo sería aquel que imaginaba;
Aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos
Proclama ante los hombres la verdad ignorada,
La verdad de su amor verdadero.
Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien
Cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;
Alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina,
por quien el día y la noche son para mí lo que quiera,
Y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu
Como leños perdidos que el mar anega o levanta
Libremente, con la libertad del amor,
La única libertad que me exalta,
La única libertad porque muero.
Tú justificas mi existencia:
Si no te conozco, no he vivido;
Si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.
José Ángel Valente, Sé tú mi límite
Tu cuerpo puede
llenar mi vida,
como puede tu risa
volar el muro opaco de la tristeza.
Una sola palabra tuya
quiebra la ciega soledad
en mil pedazos.
Si tu acercas tu boca inagotable
hasta la mía,
bebo sin cesar
la raíz de mi propia existencia.
Pero tú ignoras cuánto
la cercanía de tu cuerpo
me hace vivir
o cuánto
su distancia me aleja de mí mismo
me reduce a la sombra.
Tú estás, ligera y encendida,
como una antorcha ardiente
en la mitad del mundo.
No te alejes jamás:
Los hondos movimientos
de tu naturaleza son
mi sola ley.
Retenme.
Sé tú mi límite.
Y yo
la imagen de mí feliz,
que tú me has dado.
martes, 12 de agosto de 2014
Gabriel García Márquez: si alguien llama a tu puerta
lunes, 30 de junio de 2014
Pequeño Teatro, Ana María Matute.
llé Eroriak era de cortos alcances, tardo en hablar, y había quien hallaba estúpida su sonrisa. Sus escasas palabras a menudo resultaban incoherentes y poca gente se molestaba en comprender lo que decía. Sin embargo, había un rayo de luz, fuerte y hermosa luz, que atravesaba el entramado de sus confusos pensamientos, y le hería dulcemente el corazón. Su grande, su extraordinaria imaginación le salvaba milagrosamente de la vida. También su ignorancia, y sobre todo, aquella fe envidiable y maravillosa. Ilé Eroriak creía en todo, profundamente.
jueves, 26 de junio de 2014
Franz Kafka: Cartas a Milena
No puedo hacerte comprender, ni a ti ni a nadie, lo que pasa en mi interior. ¿Como explicarte por que me ocurre todo esto?. Ni siquiera puedo explicármelo a mi mismo. Pero tampoco esto es lo principal, lo principal es muy claro: me es imposible vivir una vida humana entre los hombres.
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lunes, 23 de junio de 2014
Gabriel García Márquez, El coronel no tiene quién le escriba
martes, 10 de junio de 2014
La conjura de los necios (A Confederacy of Dunces), John Kennedy Toole
John Kennedy Toole: La conjura de los necios
INVIERNO EN LISBOA, Antonio Muñoz Molina
Pero ya no estaba seguro de haber visto a Lucrecia ni de que fuera el amor quien lo obligaba a buscarla. Sumido en ese estado hipnótico de quien camina solo por una ciudad desconocida ni siquiera sabía si la estaba buscando: sólo que noche y día era inmune al sosiego, que en cada uno de los callejones que trepaban por las colinas de Lisboa o se hundían tan abruptamente como desfiladeros había una llamada inflexible y secreta que él no podía desobedecer, que tal vez debió y pudo marcharse cuando Billy Swann se lo ordenó, pero ya era demasiado tarde, como si hubiera perdido el último tren para salir de una ciudad sitiada.
Antonio Muñoz Molina: Un invierno en Lisboa
jueves, 5 de junio de 2014
Luis Alberto de Cuenca: Sonja la roja, El otro sueño (1987)
Life vest under your seat, Luis García Montero
Señores pasajeros buenas tardes
lunes, 2 de junio de 2014
Gabriel García Marquez: Del amor y otros demonios
«Siempre estoy así», dijo él.
Y sin darle tiempo al pánico se liberó de la materia turbia que le impedía vivir. Le confesó que no tenía un instante sin pensar en ella, que cuanto comía y bebía tenía el sabor de ella, que la vida era ella a toda hora y en todas partes, como sólo Dios tenía el derecho y el poder de serlo, y que el gozo supremo de su corazón sería morirse con ella. Siguió hablándole sin mirarla, con la misma fluidez y el calor con que recitaba, hasta que tuvo la impresión de que Sierva María se había dormido. Pero estaba despierta, fijos en él sus ojos de cierva azorada. Apenas se atrevió a preguntar:
«¿Y ahora? »
«Ahora nada», dijo él. «Me basta con que lo sepas».
jueves, 29 de mayo de 2014
Antonio Buero Vallejo: En la ardiente oscuridad
Rafael Sánchez Ferlosio: El Jarama
El sol arriba se embebía en las copas de los árboles trasluciendo un follaje multiverde. Guiñaba de ultrametálicos destellos en las rendijas de las hojas y hería diagonalmente el ámbito del seto, en saetas de polvo encendido, que tocaban el suelo y entrelucían en la sombra, como escamas de luz. Moteaba de redondos lunares, monedas de oro, las espaldas de Alici y de Meli, la camisa de Miguel y andaba rebrillando por el centro del corro en los vidrios, los cubiertos de alpaca, el aluminio de las tarteras, la cacerola roja, la jarra de sangría, todo allí encima de blancas, cuadrazules servilletas extendidas sobre el polvo. |
lunes, 26 de mayo de 2014
EL PRINCIPITO Le Petit Prince : Antoine de Saint-Exupéry.
viernes, 23 de mayo de 2014
El diario a diario, Julio Cortázar (Historias de Cronopios y de Famas)
Apenas queda solo en el banco, el montón de hojas impresas se convierte otra vez en un diario, hasta que un muchacho lo ve, lo lee y lo deja convertido en un montón de hojas impresas. Apenas queda solo en el banco, el montón de hojas impresas se convierte otra vez en un diario, hasta que una anciana lo encuentra, lo lee y lo deja convertido en un montón de hojas impresas. Luego se lo lleva a su casa y en el camino lo usa para empaquetar medio kilo de acelgas, que es para lo que sirven los diarios después de estas excitantes metamorfosis.
jueves, 22 de mayo de 2014
Julio Cortázar: Rayuela
No volveré a ser joven (Jaime Gil de Biedma)
No volveré a ser joven
Que la vida iba en serio
como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.
Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
envejecer, morir, eran tan sólo
las dimensiones del teatro.
Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.
jueves, 15 de mayo de 2014
Haruki Murakami Sputnik mi amor
Yo, ahora, como conclusión provisional a un largo destino (¿existirán, en realidad, otros frutos del destino aparte de los provisionales?; interesante cuestión, pero dejémosla correr), estoy en esta isla griega. Una pequeña isla que, hasta hace poco, ni había oído nombrar. Ahora son... las cuatro de la madrugada pasadas. Todavía no ha amanecido, claro. Las cándidas ovejas están sumidas en su apacible y colectivo sueño. Al otro lado de la ventana, las hileras de olivos siguen succionando el alimento de las tinieblas. Sobre los tejados, nuestra amiga la luna, parecida a un monje melancólico, sostiene fríamente entre las manos la ofrenda de un mar estéril. Me encuentre en la parte del mundo en que me encuentre, ésta es la hora que prefiero sobre todas las demás. Esta hora es sólo mía. Yo, ante la mesa, escribo. Pronto amanecerá. Como Buda, nacido del costado de su madre (¿era el derecho, el izquierdo?) un nuevo sol asomará de súbito por el extremo de las montañas. Pronto, la siempre discreta Myû despertará en silencio. A las seis prepararemos un desayuno sencillo, desayunaremos y emprenderemos el camino hasta la hermosa playa de siempre, al otro lado del monte. Antes de que empiece así nuestra jornada cotidiana, yo (me arremango y) me dispongo a terminar este trabajo. |
Haruki Murakami. Sputnik, mi amor.
Pablo Neruda, Confieso que he vivido : memorias
lunes, 12 de mayo de 2014
Francis Scott Fitzgerald : Suave es la noche
El hotel y la brillante alfombra tostada que era su playa formaban un todo. Al amanecer, la imagen lejana de Cannes, el rosa y el crema de las viejas fortificaciones y los Alpes púrpuras lindantes con Italia se reflejaban en el agua tremulosos entre los rizos y anillos que enviaban hacia la superficie las plantas marinas en las zonas claras de poca profundidad. Antes de las ocho bajó a la playa un hombre envuelto en un albornoz azul y, tras largos preliminares dándose aplicaciones del agua helada y emitiendo una serie de gruñidos y jadeos, avanzó torpemente en el mar durante un minuto. Cuando se fue, la playa y la ensenada quedaron en calma por una hora. Unos barcos mercantes se arrastraban por el horizonte con rumbo oeste, se oía gritar a los ayudantes de camarero en el patio del hotel, y el rocío se secaba en los pinos. Una hora más tarde, empezaron a sonar las bocinas de los automóviles que bajaban por la tortuosa carretera que va a lo largo de la cordillera inferior de los Maures, que separa el litoral de la auténtica Francia provenzal. A dos kilómetros del mar, en un punto en que los pinos dejan paso a los álamos polvorientos, hay un apeadero de ferrocarril aislado desde el cual una mañana de junio de 1925 una victoria condujo a una mujer y a su hija hasta el hotel de Gausse. La madre tenía un rostro de lindas facciones, ya algo marchito, que pronto iba a estar tocado de manchitas rosáceas; su expresión era a la vez serena y despierta, de una manera que resultaba agradable. Sin embargo, la mirada se desviaba rápidamente hacia la hija, que tenía algo mágico en sus palmas rosadas y sus mejillas iluminadas por un tierno fulgor, tan emocionante como el color sonrojado que toman los niños pequeños tras ser bañados con agua fría al anochecer. |
John Steinbeck: La perla
Oscar Wilde: De profundis
Oscar Wilde, El retrato de Dorian Gray
Lord Henry Wotton: No existe aquello llamado buena influencia, señor Gray. Todas las influencias son inmorales-inmorales desde el punto de vista científico. Dorian Gray: Porqué? Lord Henry Wotton: Porque influenciar a una persona es darle nuestra propia alma. Esta no tendrá sus propios pensamientos, y se incendiará con sus propias pasiones. Sus virtudes no serán reales, sus pecados, si existen los pecados, serán prestados. Se convierte en el eco de la música de otro, el actor de una parte que no ha sido escrita para él. El objetivo de la vida es el desarrollo de su propio yo. Encontrar su naturaleza apropiada, es esto por lo que cada uno de nosotros estamos aquí. El mundo tiene miedo de sí mismo, se han olvidado de la mayor de todas las obligaciones, la propia. Claro que son caritativos, alimentan al hambriento, y visten a los mendigos. Pero su propio ser está famélico y desnudo. La valentía huyó de nuestra raza. Tal vez nunca la tuvimos. El terror a la sociedad, que es la base de la moral, el terror a Dios, que es el secreto de la religión, estas son las dos cosas que nos gobiernan. Y sin embargo... Sin embargo, creo que si un hombre viviera su vida completamente y hasta el límite, si le diera forma a cada sentimiento, expresión a cada pensamiento, realidad a cada sueño. El mundo alcanzaría un impulso tan fresco de alegría que olvidaríamos lo malo de la mediocridad, y regresaríamos a la época helénica ideal, a algo más dulce, más rico, que el ideal helénico. Pero hasta el hombre más valiente tiene miedo de sí mismo...Se ha dicho que los mayores acontecimientos del mundo suceden en nuestro cerebro. Es en el cerebro, y sólo en él, donde los grandes pecados del mundo suceden. Usted señor Gray, usted mismo, con su sonrosada juventud y blanca adolescencia, ha tenido pasiones que le asustaron, pensamientos que le llenaron de terror, sueños estando despierto y dormido cuyos recuerdos podrían manchar sus mejillas de vergüenza. (...) Se frotó los ojos, y se acercó al cuadro y lo examinó de nuevo. No había señales de cambio alguno cuando miró la pintura, y sin embargo no quedaba duda que la expresión se había alterado. No era sólo su propia impresión. Era horriblemente obvio. Se lanzó sobre la silla, y empezó a pensar. De repente pasó por su mente lo que había dicho en el estudio de Basil Hallward el día que el cuadro fue terminado. Lo recordaba perfectamente. Pronunció un deseo enfermizo de que él pudiera permanecer joven, y que el cuadro envejeciera; que su hermosura permaneciera inalterada, y que su rostro en la tela soportara la carga de sus pasiones y pecados; que la imagen pintada se marchitara con las líneas del sufrimiento y el pensamiento, y que él mantuviera la flor y el encanto casi consciente de su adolescencia. Con seguridad su deseo no se había cumplido? Esas cosas son imposibles. Era monstruoso sólo pensar en aquello. Y sin embargo, ahí estaba el cuadro frente a él, con un toque de crueldad en la boca. |
miércoles, 7 de mayo de 2014
GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ, El ahogado más hermoso del mundo
Pero mientras más se apresuraban, más cosas se les ocurrían a las
mujeres para perder el tiempo. Andaban como gallinas asustadas
picoteando amuletos de mar en los arcenes, unas estorbando aquí
porque querían ponerle al ahogado los escapularios del buen viento,
otras estorbando allá para abrocharle una pulsera de orientación, y
al cabo de tanto quítate de ahí mujer, ponte donde no estorbes, mira
que casi me haces caer sobre el difunto, a los hombres se les
subieron al hígado las suspicacias y empezaron a rezongar que con
qué objeto tanta ferretería de altar mayor para un forastero, si por
muchos estoperoles y calderetas que llevara encima se lo iban a
masticar los tiburones, pero ellas seguían tripotando sus reliquias de
pacotilla, llevando y trayendo, tropezando, mientras se les iba en
suspiros lo que no se les iba en lágrimas, así que los hombres
terminaron por despotricar que de cuándo acá semejante alboroto
por un muerto al garete, un ahogado de nadie, un fiambre de mierda.
CUENTO
Discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura: Gabriel García Márquez.
martes, 6 de mayo de 2014
Cien Años de Soledad: Gabriel García Márquez
domingo, 27 de abril de 2014
La hojarasca
viernes, 25 de abril de 2014
Paul Auster: Diario de invierno
Gabriel García Márquez: Memoria de mis putas tristes
Gabriel García Márquez: El coronel no tiene quién le escriba
Después de afeitarse al tacto —pues carecía de espejo desde hacía mucho tiempo— el coronel se vistió en silencio. Los pantalones, casi tan ajustados a las piernas como los calzoncillos largos, cerrados en los tobillos con lazos corredizos, se sostenían en la cintura con dos lengüetas del mismo paño que pasaban a través de dos hebillas doradas cosidas a la altura de los riñones. No usaba correa. La camisa color de cartón antiguo, dura como un cartón, se cerraba con un botón de cobre que servía al mismo tiempo para sostener el cuello postizo. Pero el cuello postizo estaba roto, de manera que el coronel renunció a la corbata. Hacía cada cosa como si fuera un acto trascendental. Los huesos de sus manos estaban forrados por un pellejo lúcido y tenso, manchado de carate como la piel del cuello. Antes de ponerse los botines de charol raspó el barro incrustado en la costura. Su esposa lo vio en ese instante, vestido como el día de su matrimonio. Sólo entonces advirtió cuánto había envejecido su esposo. La mujer lo examinó. Pensó que no. El coronel no parecía un papagayo. Era un hombre árido, de huesos sólidos articulados a tuerca y tornillo. Por la vitalidad de sus ojos no parecía conservado en formol. |
Gabriel García Márquez: La hojarasca.
miércoles, 23 de abril de 2014
Gabriel García Márquez: Cien años de soledad
(...)
José Arcadio Buendía, que era el hombre más emprendedor que se vería jamás en la aldea, había dispuesto de tal modo la posición de las casas, que desde todas podía llegarse al río y abastecerse de agua con igual esfuerzo, y trazó las calles con tan buen sentido que ninguna casa recibía más sol que otra a la hora del calor. En pocos años, Macondo fue una aldea más ordenada y laboriosa que cualquiera de las conocidas hasta entonces por sus trescientos habitantes. Era en verdad una aldea feliz, donde nadie era mayor de treinta años y donde nadie había muerto.
(...)
Vio una mujer vestida de oro en el cogote de un elefante. Vio un dromedario triste. Vio un oso vestido de holandesa que marcaba el compás de la música con un cucharón y una cacerola. Vio a los payasos haciendo maromas en la cola del desfile, y le vio otra vez la cara a su soledad miserable cuando todo acabó de pasar, y no quedó sino el luminoso espacio en la calle, y el aire lleno de hormigas voladoras, y unos cuantos curiosos asomados al precipicio de la incertidumbre. Entonces fue el castaño, pensando en el circo, y mientras orinaba trató de seguir pensando en el circo, pero ya no encontró el recuerdo. Metió la cabeza entre los hombros, como un pollito, y se quedó inmóvil con la frente apoyada en el tronco del castaño.
(...)
En aquél Macondo olvidado hasta por los pájaros, dónde el polvo y el calor se habían hecho tan tenaces que costaba trabajo respirar, recluidos por la soledad y el amor y por la soledad del amor en una casa dónde era casi imposible dormir por el estruendo de las hormigas coloradas, Aureliano y Amaranta Ursula eran los únicos seres felices, y los más felices sobre la tierra.