martes, 23 de enero de 2018

DE EJERCICIOS RESPIRATORIOS, Nicanor Parra

DE EJERCICIOS RESPIRATORIOS

XII

Que mi salud es débil, 
Que no resisto los rigores del trabajo intelectual, 
Que mi pensamiento es inestable y que a menudo me 
equivoco en mis apreciaciones sobre la verdad de las 
ciencias y las magias del arte, 
Que soy descuidado para con mi persona, 
Que no me baño con regularidad 
Y que mis cabellos y mis uñas crecen sin control, 
Que he derrochado mi hacienda en beneficio de los pobres 
de espíritu, 
Que he favorecido más de lo justo y necesario a los 
enfermos, 
Que he permanecido largas horas en los cementerios 
Disfrutando paganamente de la soledad y del silencio 
consagrado a los muertos, 
Que en momentos de desesperación y orgullo he escupido 
el rostro de los ídolos, 
Que he vuelto ebrio al templo y caído dormido en los 
bancos de las plazas y en los tranvías, 
Y que gasté mi juventud en viajes inútiles y estudios 
innecesarios. 

martes, 10 de mayo de 2016

El viento sobre el agua, de Santos Domínguez



Pintan las cicatrices la historia de los árboles.

Más que sus espirales o sus altos ramajes,
son noches las que suman corteza a sus anillos,
nubes negras que un día harán crecer sus ramas.

Entra lenta la noche por la copa del árbol
y asciende por la savia el agua de los sueños 
hacia otra luz más alta,
al corazón profundo de la sombra.

No en sus ramas más altas, ni en su diámetro oscuro:
la historia de los árboles está en sus cicatrices.



lunes, 31 de agosto de 2015

Extracto del capítulo 5 de Sputnik, mi amor de Haruki Murakami.

Sin embargo, cada vez que debo hablar de mí mismo me siento, en cierto modo, confuso. Me veo atrapado por la clásica paradoja que conlleva la proposición: «¿Quién soy?». Si se tratara de una simple cantidad de información, no habría nadie en este mundo que pudiera aportar más datos que yo. No obstante, al hablar sobre mí, ese yo de quien estoy hablando queda automáticamente limitado, condicionado y empobrecido en manos de otro que soy yo mismo en tanto que narrador —víctima de mi sistema de valores, de mi sensibilidad, de mi capacidad de observación y de otros muchos condicionamientos reales—. En consecuencia, ¿hasta qué punto se ajusta a la verdad el «yo» que retrato? Es algo que me inquieta terriblemente. Es más, me ha preocupado siempre.

Sin embargo, la mayoría de las personas de este mundo no parece sentir ese temor, esa incertidumbre. En cuanto tienen oportunidad hablan de sí mismos con una sinceridad pasmosa. Suelen decir frases del tipo: «Yo parezco tonto de tan franco y sincero como soy», o «Soy muy sensible y me manejo muy mal en este mundo», o «Yo le leo el pensamiento a la gente». Perohe visto innumerables veces cómo personas «sensibles» herían sin más los sentimientos ajenos. He visto a personas «francas y sinceras» esgrimir sin darse cuenta las excusas que más les convenían. He visto cómo personas que «le leían el pensamiento a la gente» eran engañadas por los halagos más burdos. Todo ello me lleva a pensar: «¿Qué sabemos, en realidad, de nosotros mismos?».

Cuanto más pienso en ello, más reacio soy a hablar de mí mismo (si es que realmente hay necesidad de hacerlo). Antes prefiero conocer, en mayor o menor medida, hechos objetivos sobre existencias ajenas. Y, basándome en la posición que ocupan tales hechos y personajes individuales en mi interior, o a través del modo en que restablezco mi sentido del equilibrio incluyéndolos, trato de conocerme de la manera más objetiva posible.

Ésta ha sido la postura o, dicho de una manera más solemne, la visión del mundo que he mantenido desde la pubertad. Tal como el albañil apila un ladrillo sobre otro siguiendo el hilo tenso de la plomada, yo he ido conformando en mi interior esta manera de pensar. De una forma más empírica que lógica. Más práctica que intelectual. Pero un punto de vista como éste es difícil de explicar a los demás. Yo lo he aprendido sufriéndolo en mi propia piel.

Quizá se deba a eso, pero desde la adolescencia me he habituado a trazar una frontera invisible entre mí mismo y los demás. Empecé a tomar una distancia perpetua ante el otro, fuera quien fuese, y a mantenerla mientras estudiaba su actitud. Aprendí a no creerme todo lo que la gente dice. Mis únicas pasiones sin reservas han sido los libros y la música. Y, tal vez como lógica consecuencia de todo ello, me fui convirtiendo en unapersona solitaria.

sábado, 22 de agosto de 2015

La identidad - Milan Kundera

"No es un perfume de rosas, inmaterial, poético, lo que atraviesa a los hombres, sino salivas, materiales y prosaicas, que con su ejercito de microbios pasan de boca en boca entre dos amantes, del amante a su esposa, de la esposa a su bebé, del bebé a su tía, de la tía - camarera en un restaurante- a un cliente en cuya sopa ha escupido, del cliente a su esposa, de la esposa a su amante y, así en adelante a otras muchas bocas, de tal manera que cada uno de nosotros está sumergido en un mar de salivas que se mezclan y nos convierten en una sola comunidad de salivas, una sola húmeda y unida", pensaba Chantal.

martes, 11 de agosto de 2015

Kafka en la orilla, Haruki Murakami

Kafka Tamura, en la vida de los hombres hay un punto a partir del cual ya no podemos retroceder. Y, en algunos casos, existe otro a partir del cual ya no podemos seguir avanzando. Y, cuando llegamos a ese punto, para bien o para mal, lo único que podemos hacer es callarnos y aceptarlo. Y seguir viviendo de esa forma.

Haruki Murakami, Kafka en la orilla


No puedes cerrar los ojos – dijo Johnnie Walken con voz resuelta-. Otra vez las reglas. Los ojos no pueden cerrarse. Cerrarlos no soluciona nada. Por más que los cierres, no desaparecerá el problema. Al contrario, cuando vuelvas a abrirlos, las cosas habrán empeorado aún más. Así es el mundo en el que vivimos, Nakata. Tú mantén los ojos bien abiertos. Cerrarlos es de pusilánimes. Sólo los cobardes apartan la vista de la realidad. Y mientras tú cierras los ojos y te tapas los oídos el tiempo va transcurriendo. ¡Tic! ¡Tac! ¡Tic! ¡Tac!

miércoles, 24 de junio de 2015

LA MALA HORA, Gabriel García Márquez


– Ésa ha sido siempre una característica de los pasquines – dijo el médico -. Dicen lo que todo el mundo sabe, que por cierto es casi siempre la verdad.
(…)
– Los pasquines no son la gente – sentenció.
– Pero solo dicen lo que ya anda diciendo la gente – dijo Roberto Asís -; aunque uno no lo sepa.
(…)
– Ése es otro truco que no entiendo – dijo el juez Arcadio -. A mí no me quitaría el sueño un pasquín que nadie lee.
– Ésa es la cosa – dijo el secretario, deteniéndose, pues había llegado a su casa -. Lo que quita el sueño no son los pasquines, sino el miedo a los pasquines.

viernes, 22 de mayo de 2015

MURAKAMI: Al sur de la fontera, al oeste del sol

Lo que me atraía no era la belleza externa cuantificable e impersonal, sino algo más absoluto que se hallaba en el interior. De la misma manera que hay quien ama secretamente los diluvios, los terremotos o los apagones, yo prefería ese algo recóndito que alguien del sexo opuesto emitía hacia mí. A ese algo voy a llamarlo aquí "magnetismo". Una fuerza que te atrae y te absorbe, te guste o no te guste, quieras o no.

Al sur de la fontera, al oeste del sol

Ambos éramos seres incompletos, sentíamos que algo nuevo y todavía por aprender aparecía delante de nosotros para llenar nuestro vacío. Estábamos de pie ante una puerta cerrada, desconocida

jueves, 21 de mayo de 2015

José Saramago. El evangelio según Jesucristo.

Si me buscas, aquí me encontrarás,
Mi deseo será encontrarte siempre,
Me encontrarías incluso después de morir,
Quieres decir que voy a morir antes que tú,
Soy mayor, seguro que moriré primero, pero, si lo hicieras tú antes que yo, seguiría viviendo para que me puedas encontrar,
Y si eres tú la primera en morir,
Bendito sea quien te trajo a este mundo cuando yo estaba todavía en él.

miércoles, 20 de mayo de 2015

El amor en los tiempos del cólera



No le dijo a nadie que se iba, no se despidió de nadie, con el hermetismo férreo con que sólo le reveló a la madre el secreto de su pasión reprimida, pero a la víspera del viaje cometió a conciencia una locura última del corazón que bien pudo costarle la vida. Se puso a la medianoche su traje de domingo, y tocó a solas bajo el balcón de Fermina Daza el valse de amor que había compuesto para ella, que sólo ellos dos conocían y que fue durante tres años el emblema de su complicidad contrariada. Lo tocó murmurando la letra, con el violín bañado en lágrimas, y con una inspiración tan intensa que a los primeros compases empezaron a ladrar los perros de la calle, y luego los de la ciudad, pero después se fueron callando poco a poco por el hechizo de la música, y el valse terminó con un silencio sobrenatural. El balcón no se abrió, ni nadie se asomó a la calle, ni siquiera el sereno que casi siempre acudía con su candil tratando de medrar con las migajas de las serenatas. El acto fue un conjuro de alivio para Florentino Ariza, pues cuando guardó el violín en el estuche y se alejó por las calles muertas sin mirar hacia atrás, no sentía ya que se iba la mañana siguiente, sino que se había ido desde hacía muchos años con la disposición irrevocable de no volver jamás.

EL AMOR EN LOS TIEMPOS DEL CÓLERA

"Leí que ella viajó en su juventud por muchos pueblos donde fue recolectando recuerdos gratos. Pero cuando volvió a su pueblo, mucho tiempo después, ya no pudo reconocerlo tal como fue su hogar, por lo que cuando tuvo que pasar por los pueblos por donde fué feliz, decidió eludir y evitar mirar, para guardar sus recuerdos tal y como las veía en sus nostalgias."

Gabriel García Márquez, Cien años de soledad

La casa se llenó de amor. Aureliano lo expresó en versos que no tenían principio ni fin. Los escribía en los ásperos pergaminos que le regalaba Melquíades, en las paredes del baño, en la piel de sus brazos, y en todos aparecía Remedios transfigurada: Remedios en el aire soporífero de las dos de la tarde, Remedios en la callada respiración de las rosas, Remedios en la clepsidra secreta de las polillas, Remedios en el vapor del pan al amanecer, Remedios en todas partes y Remedios para siempre. Rebeca esperaba el amor a las cuatro de la tarde bordando junto a la ventana. Sabía que la mula del correo no llegaba sino cada quince días, pero ella la esperaba siempre, convencida de que iba a llegar un día cualquiera por equivocación

Cien Años de Soledad, Gabo

Por eso, cada vez que Úrsula se salía de casillas con las locuras de su marido, saltaba por encima de trescientos años de casualidades y maldecía la hora en que Francis Drake asaltó a Riohacha. Era un simple recurso de desahogo, porque en verdad estaban ligados hasta la muerte por un vínculo más sólido que el amor: un común remordimiento de conciencia. Eran primos entre sí

Cien años de soledad, García Márquez

Durante el día, derrumbándose de sueño, gozaba en secreto con los recuerdos de la noche anterior. Pero cuando ella (Pilar Ternera) entraba en la casa, alegre, indiferente, dicharachera, él (José Arcadio) no tenía que disimular su tensión, porque aquella mujer cuya risa explosiva espantaba a las palomas, no tenía nada que ver con el poder invisible que lo enseñaba a respirar hacia dentro y a controlar los golpes del corazón, y le había permitido entender por qué los hombres le tienen miedo a la muerte

Cien Años de Soledad

Según él mismo (Melquíades) le contó a José Arcadio Buendía mientras lo ayudaba a montar el laboratorio, la muerte lo seguía a todas partes, husmeándole los pantalones, pero sin decidirse a darle el zarpazo final.

‘El amor en los tiempos del cólera’, Gabriel García Márquez

El capitán miró a Fermina Daza y vio en sus pestañas los primeros destellos de una escarcha invernal. Luego miró a Florentino Ariza, su dominio invencible, su amor impávido, y lo asustó la sospecha tardía de que es la vida, más que la muerte, la que no tiene límites.
—¿Y hasta cuándo cree usted que podemos seguir en este ir y venir del carajo? –le preguntó.
Florentino Ariza tenía la respuesta preparada desde hacía cincuenta y tres años, siete meses y once días con sus noches.
—Toda la vida –dijo.

“La montaña mágica”, Thomas Mann

- Vamos, es un incidente sin consecuencias, que pasará pronto.
- No, Clawdia, sabes perfectamente que lo que dices no es verdad, lo dices sin convicción, estoy seguro. La fiebre de mi cuerpo y las palpitaciones de mi corazón enjaulado y el estremecimiento de mis nervios son lo contrario de un incidente, se trata nada menos que de mi amor por ti, ese amor que se apoderó de mí en el instante en que mis ojos te vieron, o más bien, que reconocí cuando te reconocí a ti, y es él evidentemente el que me ha conducido a este lugar....
- ¡Qué locura!
- ¡Oh! El amor no es nada si no es la locura, una cosa insensata, prohibida y una aventura en el mal. Si no es así es una banalidad agradable, buena para servir de tema a cancioncitas tranquilas en las llanuras. Pero que yo te he reconocido y que he reconocido mi amor hacia ti, sí, eso es verdad, yo ya te conocí antiguamente, a ti y a tus ojos maravillosos oblicuos, y tu boca y la voz con que me hablas; una vez ya, cuando era colegial, te pedí tu lápiz para entablar contigo una relación social, porque te amaba sin razonar, y es por eso, sin duda, por mi antiguo amor hacia ti, por lo que me quedan esas marcas que el médico ha encontrado en mi cuerpo y que indican que en otro tiempo yo estaba ya enfermo... te amo, te he amado siempre, pues tú eres el Tú de mi vida, mi sueño, mi destino, mi deseo, mi eterno deseo.
- ¡Vamos, vamos! –dijo ella-. ¡Si tus preceptores te viesen!
- Me tienen sin cuidado todos.... la República elocuente, el progreso humano en el tiempo, pues ¡te amo!
Ella acarició dulcemente con la mano los cabellos cortados al rape en la nuca.
- Pequeño burgués –dijo. Lindo burgués de la pequeña mancha húmeda. ¿Es verdad que me amas tanto?
Exaltado por ese contacto, ya sobre las dos rodillas, la cabeza echada hacia atrás y los ojos cerrados, él continuó hablando:
- Oh, el amor, ¿sabes.....? El cuerpo, el amor, la muerte, esas tres cosas no hacen más que una. Pues el cuerpo es la enfermedad y la voluptuosidad, y es el que hace la muerte; sí, son carnales ambos, el amor y la muerte, ¡y ese es su terror y su enorme sortilegio! Pero la muerte, ¿comprendes?, es, por una parte, una cosa de mala fama, impúdica, que hace enrojecer de vergüenza; y por otra parte es una potencia muy solemne y muy majestuosa (mucho más alta que la vida riente que gana dinero y se llena la panza; mucho más venerable que el progreso que fanfarronea por los tiempos) porque es la historia, y la nobleza, y la piedad, y lo eterno, y lo sagrado, que hace que nos quitemos el sombrero y marchemos sobre la punta de los pies....De la misma manera, el cuerpo, también, y el amor del cuerpo, son un asunto indecente y desagradable, y el cuerpo enrojece y palidece en la superficie por espasmo y vergüenza de sí mismo. ¡Pero también es una gran gloria adorable, imagen milagrosa de la vida orgánica, santa maravilla de la forma y de la belleza, y el amor por él, por el cuerpo humano, es también un interés extremadamente humanitario y una potencia más educadora que toda la pedagogía del mundo....! ¡Oh, encantadora belleza orgánica que no se compone de pintura al óleo ni de piedra, sino de materia viva y corruptible, llena del secreto febril y de la podredumbre! ¡Mira la simetría maravillosa del edificio humano, los hombros y las caderas y los senos floridos a ambos lados del pecho, y las costillas alineadas por parejas y el ombligo en el centro, en la blandura del vientre, y el sexo oscuro entre los muslos! Mira los omóplatos, cómo se mueven bajo la piel sedosa de la espalda, y la columna vertebral que desciende hacia la doble lujuria fresca de las nalgas, y las grandes ramas de los vasos y de los nervios que pasan del tronco a las extremidades por las axilas, y como la estructura de los brazos corresponde a la de las piernas. ¡Oh, las dulces regiones de la juntura interior del codo y del tobillo, con su abundancia de delicadezas orgánicas, bajo sus almohadillas de carne! ¡Qué fiesta más inmensa al acariciar esos lugares deliciosos del cuerpo humano! ¡Fiesta para morir luego sin un solo lamento! ¡Sí, Dios mío, déjame sentir el olor de la piel de tu rótula, bajo la cual la ingeniosa cápsula articular segrega su aceite resbaladizo! ¡Déjame tocar devotamente con mi boca la “Arteria femoralis” que late en el fondo del muslo y que se divide, más abajo, en las dos arterias de la tibia! ¡Déjame sentir la exhalación de tus poros y palpar tu vello, imagen humana de agua y de albúmina, destinada a la anatomía de la tumba, y déjame morir con mis labios pegados a los tuyos!
No abrió los ojos después de haber hablado, permaneció sin moverse, la cabeza inclinada, las manos que sostenían el pequeño lapicero de plata, separadas, temblando y vacilando sobre sus rodillas.
- Eres en efecto, un galanteador que sabe solicitar de una manera profunda, a la alemana- dijo ella y le puso un tricornio de papel.
- ¡Adiós, príncipe Carnaval! ¡Esta noche la línea de tu fiebre será muy mala, te lo predigo!- al decir esto se levantó de la silla, se dirigió a la puerta, dudó un momento en el umbral, dio media vuelta elevando uno de sus brazos desnudos, con la mano en el pestillo y, por encima del hombro, dijo en voz baja:
- No te olvides de devolverme el lápiz.
Y salió.

* diálogo entre Hans Castorp y Clawdia Chauchat, extractado de “La montaña mágica” novela escrita entre 1911 y 1923 por Thomas Mann.

lunes, 6 de abril de 2015

Don Quijote de la Mancha, MIGUEL DE CERVANTES

“Soberana y alta señora:
El herido de punta de ausencia, y el llagado de las telas del corazón, dulcísima Dulcinea del Toboso, te envía la salud que él no tiene. Si tu fermosura me desprecia, si tu valor no es en mi pro, si tus desdenes son en mi afincamiento, maguer que yo sea asaz de sufrido, mal podré sostenerme en esta cuita, que además de ser fuerte es muy duradera. Mi buen escudero Sancho te dará entera relación, ¡oh bella ingrata, amada enemiga mía!, del modo que por tu causa quedo. Si gustares de socorrerme, tuyo soy; y si no, haz lo que te viniere en gusto, que con acabar mi vida habré satisfecho a tu crueldad y a mi deseo.
Tuyo hasta la muerte,
El caballero de la triste figura".