sábado, 28 de diciembre de 2013

Daniel Valdés, Báilame el agua

Báilame el agua. 
Úntame de amor y otras fragancias de tu jardín secreto.
Riégame de especias que dejen mi vida impregnada de tu olor.
Sácame de quicio.
Llévame a pasear atado a una correa que apriete demasiado.
Hazme sufrir.
Aviva las ascuas.
Ponme a secar como a un trapo mojado.
No desates las cuerdas hasta que sea tarde, demasiado tarde.
Sírveme un vaso de agua ardiente y bendita que me queme por dentro, que no sea ni tuya ni mía, que sea de todos.
Líbrame de mi estigma. Llámame tonto.
Sacrifica tu aureola. Perdóname.
Olvida todo lo que haya podido decir hasta ahora.
No me arrastres. No me asustes.
Vete lejos. Pero no sueltes mi mano.
Empecemos de nuevo.
Sangra mis labios con sanguijuelas de colores.
Fuma un cigarro por mí. Traga el humo.
Arréglalo y que no vuelva a estropearse.
No lo tragues. Échalo fuera.
Crúzate conmigo en una autopista a cien por hora.
Sueña retorcido. Sueña feliz, que yo me encargaré de tus enemigos.
Dame la llave de tus oídos. Toca mis ojos abiertos.
Nota la textura del calor. Hasta reventar.
Sé yo mismo y no te arrepientas.
¿Por cuánto te vendes?
Regálame a tus ídolos. Yo te enviaré a los mios.
Píllate los dedos.
Los lameré hasta que no sepan a miel, hasta que dejen de ser miel.
Sal, niégalo todo y después vuelve.
Te invito a un café. Caliente, claro.
Sin azúcar. Sin aliento.



martes, 17 de diciembre de 2013

Mary Shelley: Frankestein

Desde aquel día no tuve otra ocupación que la física y especialmente la química, en el sentido más amplio de la palabra.
Leía con avidez las obras, tan llenas de genio, que seguramente los investigadores modernos habían escrito sobre estos temas......
Tras días y noches de trabajos y fatigas, logré descubrir la causa de la generación vital. Más aún, conseguí dar vida a la materia inerte.......

Nadie puede imaginar la variedad de emociones que me arrastraban como un huracán en el primer entusiasmo del triunfo...prosiguiendo con mis cavilaciones, llegué a pensar que si podía otorgar vida a la materia inerte, podría con el tiempo, aunque entonces me resultaba imposible, renovar la vida en los cuerpos a los que la muerte había condenado a la putrefacción......
En una lúgrube noche de noviembre llegué al término de mis esfuerzos. Con una ansiedad agónica, dispuse a mi alrededor los instrumentos que me permitieron infudir una chispa vital a aquel ser muerto, que yacía a mis pies.
Era la una de la mañana y mi candil estaba casi consumido cuando gracias a su tenue resplandor contemplé como los ojos amarillentos de mi obra comenzaban a abrirse, al mismo tiempo que inspiraba profundamente. Un movimiento compulsivo hizo mover sus extremidades...

Mary Shelley: Frankenstein o el moderno Prometeo


Una desapacible noche de noviembre contemplé es final de mis esfuerzos. Con una ansiedad rayana en la agonía, coloqué a mi alrededor los instrumentos que me iban a permitir infundir un hálito de vida a la cosa inerte que yacía a mis pies. Era ya la una de la madrugada; la lluvia golpeaba las ventanas sombríamente, y la vela casi se había consumido, cuando, a la mortecina luz de la llama, vi cómo la criatura abría sus ojos amarillentos y apagados. Respiró profundamente y un movimiento compulsivo sacudió su cuerpo.
(...)
Cuando coloqué mi cabeza en la almohada no dormí, aunque tampoco puedo decir que estuviera pensando. Mi imaginación, espontánea, poseída, me guió, dando a las imágenes sucesivas que crecían en mi mente una viveza más allá de las fronteras usuales del ensueño. Y vi con los ojos cerrados, pero con aguda visión mental, al pálido estudiante de artes profanas hincado al lado de la cosa que había unido. Vi el odioso fantasma de una hombre alargado y entonces, por obra de algunos poderosos motores mostró signos de vida y movimientos torpes, de movimiento semivivo.
(...)
Monstruo odiado ¡Infame asesino! Los tormentos del infierno serán un castigo demasiado benévolo para tus crímenes. ¡Demonio inmundo! ¿Me reprochas que te haya creado? Pues, bien, acércate y extinguiré el brillo de la vida que, en mi locura, supe alumbrar en ti. 



Jonathan Swift: Los viajes de Gulliver

" Golbasto Momaren Evlame Gurdilo Shefin Mully Ully Gue, muy poderoso emperador de Liliput, delicia y terror del universo, cuyos dominios se extienden cinco mil blustrugs -unas doce millas en circunferencia- hacia los confines del globo; monarca de todos los monarcas, más alto que los hijos de los hombres, cuyos pies oprimen el centro del mundo y cuya cabeza se levanta hasta tocar el Sol; cuyo gesto hace temblar las rodillas de los príncipes de la tierra; agradable como la primavera, reconfortante como el verano, fructífero como el otoño, espantoso como el invierno. Su Muy Sublime Majestad propone al Hombre-Montaña, recientemente llegado a nuestros celestiales dominios, los artículos siguientes, que por solemne juramento él viene obligado a cumplir:
Primero. El Hombre-Montaña no saldrá de nuestros dominios sin una licencia nuestra con nuestro gran sello.
Segundo. No le será permitido entrar en nuestra metrópoli sin nuestra orden expresa. Cuando esto suceda, los habitantes serán avisados con dos horas de anticipación para que se encierren en sus casas.
Tercero. El citado Hombre-Montaña limitará sus paseos a nuestras principales carreteras, y no deberá pasearse ni echarse en nuestras praderas ni en nuestros sembrados.
Cuarto. Cuando pasee por las citadas carreteras pondrá el mayor cuidado en no pisar el cuerpo de ninguno de nuestros amados súbditos, así como sus caballos y carros, y en no coger en sus manos a ninguno de nuestros súbditos sin consentimiento del propio interesado.
Quinto. Si un correo requiriese extraordinaria diligencia, el Hombre-Montaña estará obligado a llevar en su bolsillo al mensajero con su caballo un viaje de seis días, una vez en cada luna, y, si fuese necesario, a devolver sano y salvo al citado mensajero a nuestra imperial presencia.
Sexto. Será nuestro aliado contra nuestros enemigos de la isla de Blefuscu, y hará todo lo posible por destruir su flota, que se prepara actualmente para invadir nuestros dominios.
Séptimo. El citado Hombre-Montaña, en sus ratos de ocio, socorrerá y auxiliará a nuestros trabajadores, ayudándoles a levantar determinadas grandes piedras para rematar el muro del parque principal y otros de nuestros reales edificios.
Octavo. El citado Hombre-Montaña entregará en un plazo de dos lunas un informe exacto de la circunferencia de nuestros dominios, calculada en pasos suyos alrededor de la costa.
Noveno. Finalmente, bajo su solemne juramento de cumplir todos los anteriores artículos, el citado Hombre-Montaña dispondrá de un suministro diario de comida y bebida suficiente para el mantenimiento de 1.724 de nuestros súbditos, y gozará libre acceso a nuestra real persona y otros testimonios de nuestra gracia. Dado en nuestro palacio de Belfaborac, el duodécimo día de la nonagésimaprimera luna de nuestro reinado.
"

Los viajes de Gulliver, Jonathan Swift

Poseía mi padre una pequeña hacienda en el condado de Nottingham. Yo era el tercero de sus cinco hijos. Cuando cumplí catorce años me envió a Cambridge, al colegio Emmauel, en el que residí otros tres, enfrascado de lleno en mis estudios.
Pero como los gastos de mi mantenimiento (aunque la cantidad a mí asignada era muy escasa) resultaban excesivos para fortuna tan reducida, me vi obligado a entrar como aprendiz del señor James Bates, cirujano eminente de Londres, con quien permanecí cuatro años...
Nos abandonamos al merced de las olas y a eso de la media hora, un repentino golpe de viento del norte volcó nuestro bote...

Estaba amaneciendo, intenté levantarme pero no me pude ni siquiera mover, porque resultaba que, echado boca arriba como había quedado, me encontré con que mis piernas y brazos estaban fuertemente sujetos al suelo a ambos lados. De la misma manera tenía atados mis cabellos....
Empecé a oir en torno a mí un ruido confuso, pero en la posición en que estaba no me era posible ver otra cosa más que el cielo.
Al cabo de un instante sentí que algo vivo se movía sobre mi pierna izquierda y que, avanzando suavemente pecho arriba, se llegaba hasta casi mi barbilla. Al volver la vista hacia abajo lo más que puede, advertí que se trataba de una criatura humana, que no llegaba a medio palmo de alto, con un arco y unas flechas en las manos y una aljaba en su espalda.....

Pío Baroja: El árbol de la ciencia

Uno tiene la angustia, la desesperación de no saber qué hacer con la vida, de no tener un plan, de encontrarse perdido. Andrés se inclinaba a creer que el pesimismo de Schopenhauer era una verdad casi matemática. El mundo le parecía una mezcla de manicomio y de hospital; ser inteligente constituía una desgracia, y sólo la felicidad podía venir de la inconsciencia y de la locura.

PÍO BAROJA (1872-1956) EL ÁRBOL DE LA CIENCIA, 1911.



«-¿Hay que indignarse porque una araña mate a una mosca? –siguió diciendo Iturrioz-. Bueno. Indignémonos. ¿Qué vamos a hacer? ¿Matarla? Matémosla. Eso no impedirá que sigan las arañas comiéndose a las moscas. ¿Vamos a quitarle al hombre esos instintos fieros que te repugnan? ¿Vamos a borrar esa sentencia del poeta latino: “Homo, homini lupus”, el hombre es un lobo para el hombre? Está bien. En cuatro o cinco mil años lo podremos conseguir. El hombre ha hecho de un carnívoro como el chacal, un omnívoro como el perro; pero se necesitan muchos siglos para eso. No sé si habrás leído que Spallanzani había acostumbrado a una paloma a comer carne, y a un águila a comer y digerir pan. Ahí tienes el caso de esos grandes apóstoles religiosos y laicos; son águilas que se alimentan de pan en vez de alimentarse de carnes palpitantes; son lobos vegetarianos. Ahí tienes el caso del hermano Juan…

-Ése no creo que sea un águila, ni un lobo.

-Será un mochuelo o una garduña; pero de instintos perturbados.

-Sí, es muy posible –repuso Andrés-; pero creo que nos hemos desviado de la cuestión; no veo la consecuencia.

-La consecuencia a la que yo iba era ésta: que ante la vida no hay más que dos soluciones prácticas para el hombre sereno: o la abstención y la contemplación indiferente de todo, o la acción limitándose a un círculo pequeño. Es decir, que se puede tener el quijotismo contra una anomalía; pero tenerlo contra una regla general es absurdo.

-De manera que, según usted, el que quiera hacer algo tiene que restringir su acción justiciera a un medio pequeño.

-Claro, a un medio pequeño; tú puedes abarcar en tu contemplación la casa, el pueblo, el país, la sociedad, el mundo, todo lo vivo y todo lo muerto; pero si intentas realizar una acción, y una acción justiciera, tendrás que restringirte hasta el punto de que todo te vendrá ancho, quizá hasta la misma conciencia.

-Es lo que tiene de bueno la filosofía –dijo Andrés con amargura-; le convence a uno de que lo mejor es no hacer nada.»

lunes, 16 de diciembre de 2013

Mario Benedetti: Nostalgia

Nostalgia

¿De qué se nutre la nostalgia?
Uno evoca dulzuras
cielos atormentados
tormentas celestiales
escándalos sin ruido
paciencias estiradas
árboles en el viento
oprobios prescindibles
bellezas del mercado
cánticos y alborotos
lloviznas como pena
escopetas de sueño
perdones bien ganados
pero con esos mínimos
no se arma la nostalgia
son meros simulacros
la válida la única
nostalgia es de tu piel.


Charles Baudelaire: EMBRIÁGUENSE

Hay que estar ebrio siempre. Todo reside en eso: ésta es la única cuestión. Para no sentir el horrible peso del Tiempo que nos rompe las espaldas y nos hace inclinar hacia la tierra, hay que embriagarse sin descanso.

Pero, ¿de qué? De vino, de poesía o de virtud, como mejor les parezca. Pero embriáguense.

Y si a veces, sobre las gradas de un palacio, sobre la verde hierba de una zanja, en la soledad huraña de su cuarto, la ebriedad ya atenuada o desaparecida ustedes se despiertan pregunten al viento, a la ola, a la estrella, al pájaro, al reloj, a todo lo que huye, a todo lo que gime, a todo lo que rueda, a todo lo que canta, a todo lo que habla, pregúntenle qué hora es; y el viento, la ola, la estrella, el pájaro, el reloj, contestarán:

“¡Es hora de embriagarse!"

Para no ser los esclavos martirizados del Tiempo, ¡embriáguense, embriáguense sin cesar! De vino, de poesía o de virtud, como mejor les parezca.


viernes, 13 de diciembre de 2013

TRES MUJERES: Un poema para tres voces, Sylvia Plath

TRES MUJERES
Un poema para tres voces

Lugar: Una sala de maternidad y alrededores

PRIMERA VOZ:
Soy lenta como el mundo. Soy muy paciente,
giro en mi tiempo, los soles y estrellas
me miran con atención.
La preocupación de la luna es más personal:
ella pasa y vuelve a pasar, luminosa como una enfermera.
¿Está apenada por lo que va a suceder? No creo.
Simplemente la fertilidad la deja asombrada.

Cuando salgo, soy un gran acontecimiento.
No necesito pensar, ni siquiera ensayar.
Lo que sucede adentro mío va a suceder sin llamar la atención.
El faisán está parado en la colina
arreglando sus plumas marrones.
No puedo evitar sonreír por lo que sé.
Hojas y pétalos me asisten. Estoy lista.

SEGUNDA VOZ:
Cuando vi por primera vez el pequeño goteo rojo, no lo pude creer.
Vi a los hombres pasar al lado mío en la oficina. ¡Eran tan chatos!
Había algo en ellos como de cartón, y ahora entendía
esa chata, chata monotonía de donde las ideas, destrucciones,
topadoras, guillotinas, cuartos blancos donde se chilla, procedían
procedían sin fin – y los ángeles blancos, las abstracciones.
Me senté en mi escritorio, con las medias puestas, los tacos altos,

y el hombre para quien trabajo se rió: “¿Viste algo terrible?
De pronto estás toda pálida”. Y no contesté nada.
Vi a la muerte en los árboles pelados, una privación.
No lo podía creer. ¿Es tan difícil
para el espíritu concebir una cara, una boca?
Las cartas vienen de esas llaves negras y las llaves negras vienen
de mis dedos alfabéticos, ordenando partes,

partes, pedacitos, empleaditos, los brillantes múltiplos.
Muero mientras estoy sentada. Pierdo una dimensión.
Los trenes rugen en mis oídos, ¡partidas, partidas!
La huella plateada del tiempo se vacía en la distancia,
el cielo blanco se vacía de promesas como una taza.
Éstos son mis pies, estos ecos mecánicos.
Tap, tap, tap, se identifica el acero. Me encuentro esperando.

Ésta es una enfermedad que llevo a casa, es una muerte.
Repito: es una muerte. ¿Es el aire,
las partículas de destrucción lo que absorbo? ¿Soy un pulso
que declina y declina, mirando al ángel frío?
¿Es éste mi amante entonces? ¿Esta muerte, esta muerte?
De chica amé un nombre comido por los hongos.
¿Es éste el único pecado, este viejo y muerto amor por la muerte?

TERCERA VOZ:
Recuerdo el minuto cuando lo supe con certeza.
Los sauces daban miedo,
la cara en la laguna era hermosa pero no era mía –
tenía una mirada significativa, como todo lo demás,
y todo lo que podía ver eran peligros: palomas y palabras,
estrellas y lluvias de oro – ¡concepciones, concepciones!
Recuerdo una blanca y fría ala

y al gran cisne con su mirada terrible
viniendo hacia mí, como un castillo, desde la cima del río.
Hay una serpiente en los cisnes.
Se deslizaba; su ojo tenía un significado negro.
Vi al mundo en él – chico, malvado y negro,
cada palabrita enganchada a cada palabrita, los actos a los actos.
Un día azul caluroso había florecido en alguna cosa.

Yo no estaba lista. Las nubes blancas juntándose
a un costado me estaban arrastrando en cuatro direcciones.
No estaba lista.
No había admiración por mi parte.
Pensé que podía negar la consecuencia –
pero era muy tarde para eso. Era muy tarde y la cara
siguió cambiando de forma con amor, como si yo estuviera lista.  

SEGUNDA VOZ:
Es un mundo de nieve ahora. No estoy en casa.
Qué blancas son estas sábanas. Las caras no tienen rasgos.
Están desnudas, imposibles, como las caras de mis hijos,
esos pequeñuelos enfermos que esquivan mis brazos.
Los otros niños no me tocan: son terribles.
Tienen demasiados colores, demasiada vida. No están quietos,
quietos, como los pequeños vacíos que llevo dentro.

Tuve mis oportunidades. Intenté e intenté.
Tomé la vida y me la cosí como un órgano raro
y caminé con cuidado, precariamente, como algo raro.
Traté de no pensar demasiado. Traté de ser natural.
Traté de ser ciega en el amor, como otras mujeres,
ciega en mi cama, con mi dulce ciego amor, sin buscar
con la mirada, a través de la densa oscuridad, la cara de otro.

No miré. Pero la cara estaba ahí todavía,
la cara del nonato que amaba sus perfecciones,
la cara del muerto que sólo podía ser perfecta
en su tranquila paz, sólo así podía seguir siendo sagrado.
Y luego hubo otras caras. Las caras de las naciones,
gobiernos, parlamentos, sociedades,
las caras sin cara de los hombres importantes.

Son estos hombres por los que me preocupo:
¡se ponen celosos por cualquier cosa que no sea chata! Son dioses celosos
que tendrían el mundo entero achatado con sólo ser.
Veo al Padre conversar con el Hijo.
Semejante chatura no podría sino ser sagrada.
“Hagamos un cielo”, dicen.
“Achatemos y lavemos lo vulgar de estas almas”.

PRIMERA VOZ:
Estoy tranquila. Estoy tranquila. Es la calma previa a algo horrible:
el minuto amarillo antes de que el viento camine, cuando las hojas
dan vuelta sus manos pálidas. Está todo tan tranquilo acá.
Las sábanas, las caras son blancas y parecen relojes parados.
Hay voces que se quedan atrás y se aplanan. Sus visibles jeroglíficos
se aplanan como pergaminos para mantener lejos al viento.
¡Pintan semejantes secretos en árabe, en chino!

Estoy atontada y marrón. Soy una semilla a punto de estallar.
Lo marrón es mi yo muerto, y es hosco:
no quiere ser más o diferente.
El atardecer me encapucha de azul ahora, como a una María.
¡Oh, color de la distancia y el olvido!-
¿Cuándo va a suceder el segundo en que el Tiempo se quiebre
y la eternidad lo envuelva y yo me ahogue del todo?

Hablo conmigo misma, sólo conmigo, que estoy alejada –
Higienizada y estridente por los desinfectantes, sacrificial.
La espera pesa mucho en mis párpados. Se apoya como el sueño,
como una gran mar. Lejos, lejísimo, siento la primera ola arrastrar
su carga de agonía hacia mí, inevitable, marítima.
Y yo, una conchilla haciendo eco en esta playa blanca,
encaro las voces que me abruman, los terribles elementos.

TERCERA VOZ:
Ahora soy una montaña entre mujeres montañosas.
Los doctores se mueven entre nosotras como si nuestro tamaño
asustara a la mente. Sonríen como imbéciles.
A ellos hay que culpar por lo que soy, y lo saben.
Abrazan su propia monotonía como a una clase de salud.
¿Y qué si se vieran sorprendidos, como me pasó a mí?
Se volverían locos.

¿Y qué si dos vidas gotearan entre mis piernas?
Yo vi la blanca, pulcra habitación con sus instrumentos.
Es un lugar de chillidos. No es alegre.
“Acá vas a venir cuando estés lista”.
Las luces de la noche son rojas lunas chatas. Se aburren de la sangre.
No estoy preparada para que algo suceda.
Debería haber asesinado esto que me asesina.

PRIMERA VOZ:
No hay milagro más cruel que éste.
Me llevan arrastrada los caballos, las pezuñas de acero.
Yo duro. Duro hasta el final. Logro hacer un trabajo.
Un túnel oscuro por donde precipitan las visitas,
las visitas, las manifestaciones, las caras alarmadas.
Soy el centro de una atrocidad.
¿Qué dolores, qué llantos estaré cuidando amorosamente?

¿Puede una inocencia semejante matar y matar? Ordeña mi vida.
Los árboles se marchitan en la calle. La lluvia es corrosiva.
La pruebo con mi lengua, también los horrores maleables,
los horrores inactivos y ociosos, las madrinas despreciadas
con sus corazones que hacen tic tac, con sus bolsos con instrumentos.
Voy a ser una pared y un techo, protectora.
Voy a ser un cielo y una colina de bondad: ¡Déjenme serlo!

Un poder crece en mí, una vieja tenacidad.
Me estoy deshaciendo como el mundo. Hay esta negrura,
esta memoria de lo negro. Doblo mis manos sobre una montaña.
El aire es pesado. Está cargado con este trabajo.
Estoy usada. Machacada por el uso.
Mis ojos están exprimidos por esta negrura.
No veo nada.

SEGUNDA VOZ:
Me acusan. Sueño con masacres.
Soy un jardín de negras y rojas agonías. Las bebo,
odiándome, odiando y temiendo. Y ahora el mundo concibe
su fin y va hacia él con las armas del amor en alto.
Es un amor a la muerte que lo enferma todo.
Un sol muerto mancha los diarios. Es rojo.
Pierdo una vida detrás de otra. La negra tierra las bebe.

Ella es el vampiro de todos nosotros. Así nos sostiene,
nos achata, es amable. Su boca es roja.
La conozco. La conozco íntimamente—
vieja cara de invierno, vieja y estéril, vieja bomba de tiempo.
Los hombres la usaron con maldad. Los va a comer.
Comerlos, comerlos, finalmente comerlos.
El sol ya bajó. Muero. Hago una muerte.

PRIMERA VOZ:
¿Quién es él, este chico azul y furioso,
brillante y extraño como si hubiera caído de una estrella?
¡Mira con tanto enojo!
Voló hasta el cuarto, un chillido en sus talones.
El color azul palidece. Es humano después de todo.
Un loto rojo se abre en su taza de sangre;
me están cosiendo con hilo de seda, como si fuera un material.

¿Qué hicieron mis dedos antes de tomarlo?
¿Qué hizo mi corazón con su amor?
Nunca vi algo con tanta claridad.
Sus párpados son como las lilas
y suave como una polilla su aliento.
No voy a soltarlo.
No hay malicia ni perversión en él. Que siga a sí.

SEGUNDA VOZ:
La luna está en la ventana. Terminó.
¡Cómo el invierno llena mi alma! Y esa luz color tiza
Recostando sus escalas en las ventanas, las ventanas de oficinas vacías,
escuelas vacías, iglesias vacías. ¡Oh, tanto vacío!
Hay este cese. Este terrible abandono de todas las cosas.
Estos cuerpos apilados alrededor mío, estos cuerpos que hibernan—
¿Qué rayo azul de la luna congela sus sueños?

Siento que entra en mí, frío, extraño, como un instrumento.
Y esa enloquecida y dura cara al final del mismo, esa boca en O
abierta de par en par por el perpetuo dolor.
Es ella la que arrastra el mar negro-sangre
mes a mes con sus voces de derrota.
Estoy inerme como el mar hacia el final de su cuerda.
Estoy inquieta. Inquieta e inútil. Yo también creo cadáveres.

Voy a mudarme al norte. Voy a mudarme a una larga negrura.
Me veo como a una sombra, ni hombre ni mujer,
ni una mujer contenta de ser como un hombre, ni un hombre
descortés y suficientemente chato para no sentir la carencia. Siento la falta.
Estiro los dedos hacia arriba, diez estacas blancas.
Mirá, la oscuridad gotea desde las grietas.
No la puedo contener. No puedo contener mi vida.

Voy a ser la heroína periférica.
No voy a ser acusada un broche aislado,
por agujeros en el talón de las medias, las pálidas caras silentes
de las cartas no respondidas, sepultadas en cajones.
No voy a ser acusada, no voy a ser acusada.
El reloj no va a encontrarme deseando, tampoco las estrellas
que se fijan en su lugar, en un abismo y en otro.

TERCERA VOZ:
La veo en mis sueños, mi roja, terrible niña.
Llora a través del vidrio que nos separa.
Está llorando, y está furiosa.
Sus llantos son ganchos que muerden y rechinan como felinos.
Con esos ganchos ella trepa hasta que me entere.
Está llorándole a la oscuridad o a las estrellas
que a semejante distancia nuestra brillan y giran.

Creo que su pequeña cabeza está tallada en madera,
roja, de madera maciza, con los ojos cerrados y la boca bien abierta.
Y de la boca abierta salen gritos agudos
que arañan mi sueño como flechas,
que arañan mi sueño, y entran por mi costado.
Mi hija no tiene dientes. Su boca es ancha.
Pronuncia tan oscuros sonidos que no puede ser buena.

PRIMERA VOZ:
¿Qué cosa, quién nos arroja estas almas inocentes?
Miren, están exhaustas, consumidas
en sus cunas de lona, con sus nombres atados en las muñecas,
pequeños trofeos de plata por los que vinieron desde tan lejos.
Hay algunos con pelo negro y duro, otros son pelados.
El color de su piel es rosado o amarillento, marrón o rojo;
están empezando a recordar sus diferencias.

Creo que están hechos de agua; no tienen expresión.
Sus rasgos duermen como la luz en el agua quieta.
Son los verdaderos monjes y monjas en sus idénticos atuendos.
Los veo cayendo derramados como estrellas en el mundo—
en India, África, América, a estos milagros,
estas puras, pequeñas imágenes. Tienen olor a leche.
Las plantas de sus pies están intactas. Son caminantes de aire.

¿Puede ser tan abundante la nada?
Acá está mi hijo.
Tiene los ojos de ese azul general, chato.
Gira y me mira como una pequeña, ciega, radiante planta.
Un llanto. Es el gancho. Resisto.
Soy una colina cálida.

SEGUNDA VOZ:
No soy fea. Es más, soy hermosa.
El espejo devuelve una mujer sin deformaciones.
Las enfermeras me devuelven la ropa y una identidad.
Es común, dicen, que algo así suceda.
Es común en mi vida, y en la de las otras.
Una cada cinco, eso soy, algo así. No estoy desesperanzada.
Soy hermosa como una estadística. Acá está mi rouge.

Dibujo sobre la vieja boca.
La roja boca que abandoné junto a mi identidad
un día atrás, dos días, tres días atrás. Fue un viernes.
Ni siquiera necesito un día libre, puedo ir hoy mismo a trabajar.
Puedo amar a mi marido, que va a ser comprensivo.
Que va a amarme a través del vidrio empañado de mi deformidad
como si no hubiera perdido un ojo, una pierna, la lengua.

Y así estoy, un poco encandilada. Entonces me alejo
caminando en ruedas en vez de piernas, que igual sirven.
Y aprendo a hablar con los dedos, no con la lengua.
El cuerpo es habilidoso.
El cuerpo de una estrella de mar puede volver a hacer crecer sus brazos
y hay anfibios que son pródigos en piernas. Que yo pueda ser
tan pródiga en todo lo que me falta.

TERCERA VOZ:
Ella es una isla pequeña, dormida y en paz
y yo soy una barca blanca diciendo 'Chau, chau', con la sirena.
El día es abrasador. Es muy triste.
Las flores en este cuarto son rojas, tropicales.
Vivieron detrás de un vidrio toda su vida, fueron cuidadas con ternura.
Ahora enfrentan un invierno de blancas sábanas, blancas caras.
Hay muy poco que poner en mi valija.

Está la ropa de una mujer gorda que no conozco.
Está mi peine y mi cepillo. Está este vacío.
De pronto soy tan vulnerable.
Soy una herida que están dejando que se vaya.
Dejo atrás mi salud. Dejo a alguien
que se adheriría a mí: suelto sus dedos como vendas: me voy.

SEGUNDA VOZ:
Soy yo de nuevo. No hay cabos sueltos.
Me desangré blanca como la cera, nada me sujeta.
Estoy chata y soy virginal, lo que significa que nada sucedió,
nada que no pueda ser borrado, arrancado y descartado, vuelto a comenzar.
Estas ramitas negras no piensan florecer,
ni estas secas, secas alcantarillas sueñan con la lluvia.
Esta mujer con la que me encuentro en las ventanas—es prolija.

Tan prolija que es transparente como un espíritu.
Con qué timidez superpone su prolijo ser
en el infierno de las naranjas africanas, los cerdos colgados de las patas.
Deja que la realidad decida por ella.
Soy yo. Soy yo –
probando la amargura entre los dientes.
La incalculable maldad de cada día.

PRIMERA VOZ:
¿Por cuánto tiempo puedo ser una pared que protege del viento?
¿Por cuánto tiempo puedo estar
haciendo del sol algo amable con la sombra de mi mano,
interceptando los azules rayos de una luna fría?
Las voces de la soledad, las voces del llanto
lamen mi espalda inevitablemente.
¿Cómo puede suavizarlas esta pequeña canción de cuna?

¿Por cuánto tiempo puedo ser una muralla alrededor de mi verde propiedad?
¿Por cuánto tiempo pueden mis manos
ser un vendaje para sus heridas, y mis palabras
pájaros brillantes en el cielo, consolando, consolando?
Es una cosa terrible
ser tan abierta: es como si mi corazón
se pusiera un rostro y entrara caminando al mundo.

TERCERA VOZ:
Hoy mis compañeros están borrachos con la primavera.
Mi vestido negro es un poco fúnebre.
Muestra que estoy seria.
Los libros los llevo apretados en el costado.
Una vez tuve una vieja herida pero está cicatrizando.
Soñé con una isla, roja de llantos.
Fue un sueño y no significó nada.

PRIMERA VOZ:
Flores en el gran olmo afuera de la casa.
Los vencejos están de vuelta. Chillan como aviones de papel.
Oigo el sonido de las horas
extenderse y morir en los setos. Oigo a las vacas mugir.
Los colores vuelven a cargarse y el húmedo
techo de paja humea al sol.
Los narcisos abren rostros blancos en el huerto.

Vuelvo a estar tranquila. Vuelvo a estar tranquila.
Estos son los colores claros y brillosos de la sala de maternidad,
los patitos de juguete, los corderos felices.
Vuelvo a ser sencilla. Creo en los milagros.
No creo en esos chicos terribles
que dañan mis sueños con sus ojos blancos, sus manos sin dedos.
No son míos. No me pertenecen.

Voy a meditar sobre la normalidad.
Voy a meditar acerca de mi pequeño hijo.
No camina. No habla una palabra.
Está envuelto en vendas blancas.
Pero es rosado y perfecto. Sonríe tan a menudo.
Empapelé su cuarto con grandes rosas,
pinté corazoncitos por todos lados.

No deseo que sea excepcional.
Es la excepción lo que le interesa al demonio.
Es la excepción la que trepa la tristísima colina
o se sienta en el desierto a lastimar el corazón de su madre.
Quiero que sea común,
que me ame como yo lo amo
y que se case con quien quiera y donde quiera.

TERCERA VOZ:
Caluroso mediodía en el campo. Las arañas de agua
se achicharran y derriten, y los enamorados
siguen de largo, siguen de largo.
Son negros y chatos como sombras.
¡Es tan hermoso no estar sujeta a nadie!
Soy solitaria como el pasto. ¿De qué me pierdo?
¿Voy a encontrarlo alguna vez, sea lo que sea?

Los cisnes se fueron. Pero todavía el río
recuerda lo blancos que eran.
Se esfuerza por alcanzarlos con sus luces.
Encuentra sus formas en una nube.
¿Cuál es ese pájaro que grita
con semejante dolor en su voz?
Soy joven como nunca, dice. ¿Qué me estoy perdiendo?

SEGUNDA VOZ:
Estoy en casa a la luz del velador. Las tardes se alargan.
Remedo una funda de almohada: mi marido lee.
Con qué belleza la luz incluye estas cosas.
Hay un humo particular en el aire primaveral,
un humo que tiñe los parques, las pequeñas estatuas
de rosado, como si despertara un cariño,
Un cariño que no se agota, algo que cura.

Espero y siento dolor. Creo que me estoy curando.
Hay muchísimo más para hacer. Mis manos
pueden coser el hilo con prolijidad en este material. Mi marido
puede dar vuelta una y otra vez las páginas de un libro.
Y así estamos juntos en casa por horas.
Sólo el tiempo pesa sobre nuestras manos.
Es sólo el tiempo, que no es material.

Las calles pueden convertirse en papel de golpe, pero me recupero
de la larga caída y me despierto en la cama
sana en el colchón, las manos agarradas como para una caída.
Me encuentro otra vez. No soy una sombra
aunque hay una sombra que empieza en mis pies. Soy una esposa.
La ciudad espera y siente dolor. Los pastitos
salen de entre las piedras y están verdes de vida. 









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Three Women
A Poem for Three Voices

Setting: A Maternity Ward and round about

FIRST VOICE:
I am slow as the world. I am very patient,
Turning through my time, the suns and stars
Regarding me with attention.
The moon's concern is more personal:
She passes and repasses, luminous as a nurse.
Is she sorry for what will happen? I do not think so.
She is simply astonished at fertility.

When I walk out, I am a great event.
I do not have to think, or even rehearse.
What happens in me will happen without attention.
The pheasant stands on the hill;
He is arranging his brown feathers.
I cannot help smiling at what it is I know.
Leaves and petals attend me. I am ready.

SECOND VOICE:
When I first saw it, the small red seep, I did not believe it.
I watched the men walk about me in the office. They were so flat!
There was something about them like cardboard, and now I had caught it,
That flat, flat, flatness from which ideas, destructions,
Bulldozers, guillotines, white chambers of shrieks proceed,
Endlessly proceed--and the cold angels, the abstractions.
I sat at my desk in my stockings, my high heels,

And the man I work for laughed: 'Have you seen something awful?
You are so white, suddenly.' And I said nothing.
I saw death in the bare trees, a deprivation.
I could not believe it. Is it so difficult
For the spirit to conceive a face, a mouth?
The letters proceed from these black keys, and these black keys proceed
From my alphabetical fingers, ordering parts,

Parts, bits, cogs, the shining multiples.
I am dying as I sit. I lose a dimension.
Trains roar in my ears, departures, departures!
The silver track of time empties into the distance,
The white sky empties of its promise, like a cup.
These are my feet, these mechanical echoes.
Tap, tap, tap, steel pegs. I am found wanting.

This is a disease I carry home, this is a death.
Again, this is a death. Is it the air,
The particles of destruction I suck up? Am I a pulse
That wanes and wanes, facing the cold angel?
Is this my lover then? This death, this death?
As a child I loved a lichen-bitten name.
Is this the one sin then, this old dead love of death?

THIRD VOICE:
I remember the minute when I knew for sure.
The willows were chilling,
The face in the pool was beautiful, but not mine--
It had a consequential look, like everything else,
And all I could see was dangers: doves and words,
Stars and showers of gold--conceptions, conceptions!
I remember a white, cold wing

And the great swan, with its terrible look,
Coming at me, like a castle, from the top of the river.
There is a snake in swans.
He glided by; his eye had a black meaning.
I saw the world in it--small, mean and black,
Every little word hooked to every little word, and act to act.
A hot blue day had budded into something.

I wasn't ready. The white clouds rearing
Aside were dragging me in four directions.
I wasn't ready.
I had no reverence.
I thought I could deny the consequence--
But it was too late for that. It was too late, and the face
Went on shaping itself with love, as if I was ready.

SECOND VOICE:
It is a world of snow now. I am not at home.
How white these sheets are. The faces have no features.
They are bald and impossible, like the faces of my children,
Those little sick ones that elude my arms.
Other children do not touch me: they are terrible.
They have too many colors, too much life. They are not quiet,
Quiet, like the little emptinesses I carry.

I have had my chances. I have tried and tried.
I have stitched life into me like a rare organ,
And walked carefully, precariously, like something rare.
I have tried not to think too hard. I have tried to be natural.
I have tried to be blind in love, like other women,
Blind in my bed, with my dear blind sweet one,
Not looking, through the thick dark, for the face of another.

I did not look. But still the face was there,
The face of the unborn one that loved its perfections,
The face of the dead one that could only be perfect
In its easy peace, could only keep holy so.
And then there were other faces. The faces of nations,
Governments, parliaments, societies,
The faceless faces of important men.

It is these men I mind:
They are so jealous of anything that is not flat! They are jealous gods
That would have the whole world flat because they are.
I see the Father conversing with the Son.
Such flatness cannot but be holy.
'Let us make a heaven,' they say.
'Let us flatten and launder the grossness from these souls.'

FIRST VOICE:
I am calm. I am calm. It is the calm before something awful:
The yellow minute before the wind walks, when the leaves
Turn up their hands, their pallors. It is so quiet here.
The sheets, the faces, are white and stopped, like clocks.
Voices stand back and flatten. Their visible hieroglyphs
Flatten to parchment screens to keep the wind off.
They paint such secrets in Arabic, Chinese!

I am dumb and brown. I am a seed about to break.
The brownness is my dead self, and it is sullen:
It does not wish to be more, or different.
Dusk hoods me in blue now, like a Mary.
O color of distance and forgetfulness!--
When will it be, the second when Time breaks
And eternity engulfs it, and I drown utterly?

I talk to myself, myself only, set apart--
Swabbed and lurid with disinfectants, sacrificial.
Waiting lies heavy on my lids. It lies like sleep,
Like a big sea. Far off, far off, I feel the first wave tug
Its cargo of agony toward me, inescapable, tidal.
And I, a shell, echoing on this white beach
Face the voices that overwhelm, the terrible element.

THIRD VOICE:
I am a mountain now, among mountainy women.
The doctors move among us as if our bigness
Frightened the mind. They smile like fools.
They are to blame for what I am, and they know it.
They hug their flatness like a kind of health.
And what if they found themselves surprised, as I did?
They would go mad with it.

And what if two lives leaked between my thighs?
I have seen the white clean chamber with its instruments.
It is a place of shrieks. It is not happy.
'This is where you will come when you are ready.'
The night lights are flat red moons. They are dull with blood.
I am not ready for anything to happen.
I should have murdered this, that murders me.

FIRST VOICE:
There is no miracle more cruel than this.
I am dragged by the horses, the iron hooves.
I last. I last it out. I accomplish a work.
Dark tunnel, through which hurtle the visitations,
The visitations, the manifestations, the startled faces.
I am the center of an atrocity.
What pains, what sorrows must I be mothering?

Can such innocence kill and kill? It milks my life.
The trees wither in the street. The rain is corrosive.
I taste it on my tongue, and the workable horrors,
The horrors that stand and idle, the slighted godmothers
With their hearts that tick and tick, with their satchels of instruments.
I shall be a wall and a roof, protecting.
I shall be a sky and a hill of good: O let me be!

A power is growing on me, an old tenacity.
I am breaking apart like the world. There is this blackness,
This ram of blackness. I fold my hands on a mountain.
The air is thick. It is thick with this working.
I am used. I am drummed into use.
My eyes are squeezed by this blackness.
I see nothing.

SECOND VOICE:
I am accused. I dream of massacres.
I am a garden of black and red agonies. I drink them,
Hating myself, hating and fearing. And now the world conceives
Its end and runs toward it, arms held out in love.
It is a love of death that sickens everything.
A dead sun stains the newsprint. It is red.
I lose life after life. The dark earth drinks them.

She is the vampire of us all. So she supports us,
Fattens us, is kind. Her mouth is red.
I know her. I know her intimately--
Old winter-face, old barren one, old time bomb.
Men have used her meanly. She will eat them.
Eat them, eat them, eat them in the end.
The sun is down. I die. I make a death.

FIRST VOICE:
Who is he, this blue, furious boy,
Shiny and strange, as if he had hurtled from a star?
He is looking so angrily!
He flew into the room, a shriek at his heel.
The blue color pales. He is human after all.
A red lotus opens in its bowl of blood;
They are stitching me up with silk, as if I were a material.

What did my fingers do before they held him?
What did my heart do, with its love?
I have never seen a thing so clear.
His lids are like the lilac-flower
And soft as a moth, his breath.
I shall not let go.
There is no guile or warp in him. May he keep so.

SECOND VOICE:
There is the moon in the high window. It is over.
How winter fills my soul! And that chalk light
Laying its scales on the windows, the windows of empty offices,
Empty schoolrooms, empty churches. O so much emptiness!
There is this cessation. This terrible cessation of everything.
These bodies mounded around me now, these polar sleepers--
What blue, moony ray ices their dreams?

I feel it enter me, cold, alien, like an instrument.
And that mad, hard face at the end of it, that O-mouth
Open in its gape of perpetual grieving.
It is she that drags the blood-black sea around
Month after month, with its voices of failure.
I am helpless as the sea at the end of her string.
I am restless. Restless and useless. I, too, create corpses.

I shall move north. I shall move into a long blackness.
I see myself as a shadow, neither man nor woman,
Neither a woman, happy to be like a man, nor a man
Blunt and flat enough to feel no lack. I feel a lack.
I hold my fingers up, ten white pickets.
See, the darkness is leaking from the cracks.
I cannot contain it. I cannot contain my life.

I shall be a heroine of the peripheral.
I shall not be accused by isolate buttons,
Holes in the heels of socks, the white mute faces
Of unanswered letters, coffined in a letter case.
I shall not be accused, I shall not be accused.
The clock shall not find me wanting, nor these stars
That rivet in place abyss after abyss.

THIRD VOICE:
I see her in my sleep, my red, terrible girl.
She is crying through the glass that separates us.
She is crying, and she is furious.
Her cries are hooks that catch and grate like cats.
It is by these hooks she climbs to my notice.
She is crying at the dark, or at the stars
That at such a distance from us shine and whirl.

I think her little head is carved in wood,
A red, hard wood, eyes shut and mouth wide open.
And from the open mouth issue sharp cries
Scratching at my sleep like arrows,
Scratching at my sleep, and entering my side.
My daughter has no teeth. Her mouth is wide.
It utters such dark sounds it cannot be good.

FIRST VOICE:
What is it that flings these innocent souls at us?
Look, they are so exhausted, they are all flat out
In their canvas-sided cots, names tied to their wrists,
The little silver trophies they've come so far for.
There are some with thick black hair, there are some bald.
Their skin tints are pink or sallow, brown or red;
They are beginning to remember their differences.

I think they are made of water; they have no expression.
Their features are sleeping, like light on quiet water.
They are the real monks and nuns in their identical garments.
I see them showering like stars on to the world--
On India, Africa, America, these miraculous ones,
These pure, small images. They smell of milk.
Their footsoles are untouched. They are walkers of air.

Can nothingness be so prodigal?
Here is my son.
His wide eye is that general, flat blue.
He is turning to me like a little, blind, bright plant.
One cry. It is the hook I hang on.
And I am a river of milk.
I am a warm hill.

SECOND VOICE:
I am not ugly. I am even beautiful.
The mirror gives back a woman without deformity.
The nurses give back my clothes, and an identity.
It is usual, they say, for such a thing to happen.
It is usual in my life, and the lives of others.
I am one in five, something like that. I am not hopeless.
I am beautiful as a statistic. Here is my lipstick.

I draw on the old mouth.
The red mouth I put by with my identity
A day ago, two days, three days ago. It was a Friday.
I do not even need a holiday; I can go to work today.
I can love my husband, who will understand.
Who will love me through the blur of my deformity
As if I had lost an eye, a leg, a tongue.

And so I stand, a little sightless. So I walk
Away on wheels, instead of legs, they serve as well.
And learn to speak with fingers, not a tongue.
The body is resourceful.
The body of a starfish can grow back its arms
And newts are prodigal in legs. And may I be
As prodigal in what lacks me.

THIRD VOICE:
She is a small island, asleep and peaceful,
And I am a white ship hooting: Goodbye, goodbye.
The day is blazing. It is very mournful.
The flowers in this room are red and tropical.
They have lived behind glass all their lives, they have been cared for tenderly.
Now they face a winter of white sheets, white faces.
There is very little to go into my suitcase.

There are the clothes of a fat woman I do not know.
There is my comb and brush. There is an emptiness.
I am so vulnerable suddenly.
I am a wound walking out of hospital.
I am a wound that they are letting go.
I leave my health behind. I leave someone
Who would adhere to me: I undo her fingers like bandages: I go.

SECOND VOICE:
I am myself again. There are no loose ends.
I am bled white as wax, I have no attachments.
I am flat and virginal, which means nothing has happened,
Nothing that cannot be erased, ripped up and scrapped, begun again.
These little black twigs do not think to bud,
Nor do these dry, dry gutters dream of rain.
This woman who meets me in windows--she is neat.

So neat she is transparent, like a spirit.
how shyly she superimposes her neat self
On the inferno of African oranges, the heel-hung pigs.
She is deferring to reality.
It is I. It is I--
Tasting the bitterness between my teeth.
The incalculable malice of the everyday.

FIRST VOICE:
How long can I be a wall, keeping the wind off?
How long can I be
Gentling the sun with the shade of my hand,
Intercepting the blue bolts of a cold moon?
The voices of loneliness, the voices of sorrow
Lap at my back ineluctably.
How shall it soften them, this little lullaby?

How long can I be a wall around my green property?
How long can my hands
Be a bandage to his hurt, and my words
Bright birds in the sky, consoling, consoling?
It is a terrible thing
To be so open: it is as if my heart
Put on a face and walked into the world.

THIRD VOICE:
Today the colleges are drunk with spring.
My black gown is a little funeral:
It shows I am serious.
The books I carry wedge into my side.
I had an old wound once, but it is healing.
I had a dream of an island, red with cries.
It was a dream, and did not mean a thing.

FIRST VOICE:
Dawn flowers in the great elm outside the house.
The swifts are back. They are shrieking like paper rockets.
I hear the sound of the hours
Widen and die in the hedgerows. I hear the moo of cows.
The colors replenish themselves, and the wet
Thatch smokes in the sun.
The narcissi open white faces in the orchard.

I am reassured. I am reassured.
These are the clear bright colors of the nursery,
The talking ducks, the happy lambs.
I am simple again. I believe in miracles.
I do not believe in those terrible children
Who injure my sleep with their white eyes, their fingerless hands.
They are not mine. They do not belong to me.

I shall meditate upon normality.
I shall meditate upon my little son.
He does not walk. He does not speak a word.
He is still swaddled in white bands.
But he is pink and perfect. He smiles so frequently.
I have papered his room with big roses,
I have painted little hearts on everything.

I do not will him to be exceptional.
It is the exception that interests the devil.
It is the exception that climbs the sorrowful hill
Or sits in the desert and hurts his mother's heart.
I will him to be common,
To love me as I love him,
And to marry what he wants and where he will.

THIRD VOICE:
Hot noon in the meadows. The buttercups
Swelter and melt, and the lovers
Pass by, pass by.
They are black and flat as shadows.
It is so beautiful to have no attachments!
I am solitary as grass. What is it I miss?
Shall I ever find it, whatever it is?

The swans are gone. Still the river
Remembers how white they were.
It strives after them with its lights.
It finds their shapes in a cloud.
What is that bird that cries
With such sorrow in its voice?
I am young as ever, it says. What is it I miss?

SECOND VOICE:
I am at home in the lamplight. The evenings are lengthening.
I am mending a silk slip: my husband is reading.
How beautifully the light includes these things.
There is a kind of smoke in the spring air,
A smoke that takes the parks, the little statues
With pinkness, as if a tenderness awoke,
A tenderness that did not tire, something healing.

I wait and ache. I think I have been healing.
There is a great deal else to do. My hands
Can stitch lace neatly on to this material. My husband
Can turn and turn the pages of a book.
And so we are at home together, after hours.
It is only time that weighs upon our hands.
It is only time, and that is not material.

The streets may turn to paper suddenly, but I recover
From the long fall, and find myself in bed,
Safe on the mattress, hands braced, as for a fall.
I find myself again. I am no shadow
Though there is a shadow starting from my feet. I am a wife.
The city waits and aches. The little grasses
Crack through stone, and they are green with life.