Imposible
describir la frescura y pureza del aire. Ninguna otra cosa se movía,
ningún otro ser a la vista, solo yo. Mis pisadas eran las primeras
que hollaban aquella arena virgen; ninguna señal sobre ellas desde
que la última marea borrara las marcas más profundas del día
anterior, y la dejara lisa y uniforme, salvo en las partes en que el
agua había dejado algunos charcos y pequeños arroyos. Refrescada y
vigorizada por la brisa, feliz, caminaba por la playa, olvidando
todas mis preocupaciones, como si mis pies tuvieran alas y pudiese
caminar cuarenta millas sin fatiga, y experimentando una sensación
de entusiasmo que no recordaba desde los días de mi juventud.
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