lunes, 30 de junio de 2014

Pequeño Teatro, Ana María Matute.

llé Eroriak era de cortos alcances, tardo en hablar, y había quien hallaba estúpida su sonrisa. Sus escasas palabras a menudo resultaban incoherentes y poca gente se molestaba en comprender lo que decía. Sin embargo, había un rayo de luz, fuerte y hermosa luz, que atravesaba el entramado de sus confusos pensamientos, y le hería dulcemente el corazón. Su grande, su extraordinaria imaginación le salvaba milagrosamente de la vida. También su ignorancia, y sobre todo, aquella fe envidiable y maravillosa. Ilé Eroriak creía en todo, profundamente.

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