jueves, 28 de noviembre de 2013

Paul Auster. La Invención de la Soledad

....Sólo entonces uno podía empezar a respirar, a sentir que la habitación se expandía, y entonces permitía que la mente explorara los límites desmedidos e insondables de aquel espacio. Porque en aquella habitación cabía un universo entero, una cosmología en miniatura que contenía en sí misma lo más extenso, distante y desconocido. Era como un templo, apenas más grande que un cuerpo, en honor a todo lo que existe más allá del cuerpo: el mundo interior del hombre representado hasta en sus más mínimos detalles. Sin lugar a dudas, S. había logrado rodearse de las mismas cosas  que se ocultaban en su interior. La habitación donde vivía era un espacio onírico y sus paredes eran como la piel de un segundo cuerpo a su alrededor, como si su propio cuerpo se hubiera transformado en una mente, un instrumento vivo del pensamiento absoluto.
Era el útero, el vientre de la ballena, el verdadero ámbito de la imaginación. Al situarse en aquella oscuridad, S. inventó una forma de soñar con los ojos abiertos.

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