miércoles, 19 de octubre de 2011

LA DAMA DE LAS CAMELIAS, A. Dumas

Poned en un óvalo de gracia indescriptible dos ojos negros, coronados por cejas de tan perfecto arco, que parezcan pintados; velad esos ojos con pestañas que, al bajarse, proyectan sombra sobre las sonrosadas mejillas; trazad una nariz fina, recta y espiritual, un poco con las ventanas un poco abiertas como una aspiración ardiente del sensualismo: dibujad una boca ni grande ni pequeña, cuyos labios entreabiertos permitan ver los dientes blancos como la leche; colocad lapiel con ese imperceptible vello que recubre al melocotón antes de ser tocado por la mano del hombre, y éste será ell retrato de aquella encantadora cabeza.

LA DAMA DE LAS CAMELIAS, A. Dumas

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