¿Qué es la palabra?
La palabra es un espejo de la realidad; con su sonido nos abre la puerta de una imagen que nos dice el estado de las cosas; sus rasgos, sus detalles, incluso aquéllos que nos negamos a ver apartando la mirada o trayendo en su lugar un silencio. Por eso es que el silencio dice más que mil palabras: porque ellas están ahí… detrás, sustentándolo; haciendo de él un silencio particular… especial; cargado de sentido —el que no hemos querido ver, por cierto—.
¿Y qué ganamos con no ver lo que hay?
Quizá mucho… porque a veces la mentira es más piadosa que la verdad… o quizá nada… porque al no aceptar lo que hay, lo que le sigue es el vacío. Y entonces uno se mueve a pasos agigantados tratando de cubrirlo con cualquier cosa que nos llegue a mano; para no ver lo que hay, para no sentir el vacío. ¡Quizá nada ganamos cubriendo las cosas! Vaciando una botella, un almacén o el cuerpo de ropa. ¿Qué es entonces la palabra?
Quizá sea quien nos significa, quien nos encarna. Y si realmente tiene ese poder, ¿qué ganamos con hacerlas salir vacías, con quitarles ese sentido que traen al salir de nuestros labios? Quizá guardamos ese sentido: se queda en nuestro interior haciendo un eco interminable hasta encontrar un hueco por donde salir, junto a nuestro hablar cotidiano. Y entonces nosotros pedimos perdón al que habla frente a nosotros por haber equivocado nuestro decir cuando se trata justo de lo contrario, porque al final ese error no es más que el eco de una verdad… esa que no quisimos ver. ¿Qué es entonces la palabra?
Si cuando optamos por decirla incluso puede mover montañas. Te amo. Te odio. Te admiro. Ya no te quiero. Te sigo esperando desde hace más de dos horas; por decir algo…
¿Qué será entonces la palabra, que a veces la ignoramos tanto?
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